viernes, 27 de mayo de 2011

LA CREACIÓN POPULAR, RICO MANIFIESTO DEL INGENIO
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)

Un tiempo atrás, dediqué mi artículo al análisis de las llamadas “malas palabras”. Si bien el tema que propongo hoy no tiene directamente que ver con ellas, al referirme a creaciones populares no es posible soslayar la picardía, el chiste y, consecuentemente, la metáfora que, por lo general, luego se instalará en otros niveles sociales, muchas veces de manos de la literatura. Y como abordaré la creatividad popular de nuestra región, nada mejor que invocar la ayuda de un maestro en el género, como fue don José Vicente Solá, autor del “Diccionario de regionalismos de Salta”. Vayamos, pues, a dar un paseo por palabras que quizá conozcamos, guardadas en un rincón de la memoria (sobre todo nosotros, los mayorcitos) o bien que, tal vez, nunca las hayamos escuchado.
Vocablos de nuestra región
“Galguear” –que, como bien aclara Solá, se pronuncia “galguiar”– significa “hambrear”. El “Diccionario del habla de los argentinos”, por su parte, la define como “sentir deseo vehemente por una cosa”, lo que explica el significado con que se la usa aquí, refrendado por la segunda acepción: “hallarse en una situación económica difícil”. No sería extraño que procediera de “galgo” (raza de perros muy corredores) porque de esta manera mostraría la urgencia de satisfacer el deseo vehemente o el hambre, corriendo hacia el objetivo como un perro de esta raza. Además, hurgando en la etimología de la palabra galgo, proviene –según Corominas– de la expresión latina “canis gallicus”, que significa “perro galo o francés”, dado que su cría se desarrolló grandemente en Galia, en tiempo de los romanos.
Creo que aun los jóvenes, al menos a veces, usan el término “churo, a” que, según Solá, denota “lindo”, “muy bueno”. Se encargó de popularizarlo el insigne poeta y periodista salteño don César Perdiguero en el saludo que prodigaba a sus lectores al final de su Columna noctámbula: ¿Churo, no? Los diccionarios no aventuran una etimología u origen para esta palabra. Se la considera muy norteña y no debe confundírsela con “churro/ a”, a la que el Diccionario de argentinismos define como “persona de apariencia física muy atractiva”. Veamos un par de ejemplos para ampliar esta perspectiva.
“Suegrear (suegriar)”, por supuesto derivado del vocablo “suegra”, actualmente desusado, se refería, según Solá, a “acompañar a los novios a alguna parte, facilitando así sus entrevistas, misión reservada a señoras o señoritas de cierta edad”. Hoy los jóvenes novios no necesitan ya de estos servicios. Son muy independientes.
“Ututo / ututear”. Según el autor citado en primer lugar, es una “salamandrilla de un color grisáceo” que, por lo general, vive en el hueco de los árboles. Seguramente, como es este animalito muy movedizo e inquieto, la segunda acepción se refiere a alguien “movedizo e inquieto”, apuntando especialmente a los niños.
Nuestra herencia del quechua y aimara
Luego de los ejemplos que preceden, es importante dejar constancia de un vocabulario procedente del quechua o del aimara, idiomas que han predominado en nuestra región, antes de la llegada de los españoles. La influencia de estas lenguas ha sido destacada en la región, a tal punto que utilizamos muchos quechuismos en nuestra vida cotidiana, en sus más diversos ámbitos: chango, locro, ají quitucho (del quechua ´quita´, sufijo diminutivo, y ´uchhu´, ají común), locoto y muchas más constituyen un testimonio de tal influencia.
A continuación, algunas palabras que no son tan conocidas como las anteriores.
“Moto”, que proviene del quechua ´mot´u´, es la persona que tiene la mano o dedo cortado. Se suele aplicar, como apodo, a quien ha sufrido una mutilación: el moto Méndez, por ejemplo.
“Quiscudo / quisca” (del quechua, ´khisqa´, espina); como adjetivo, se aplica a la persona que tiene cabello duro, es decir, que tiene “quiscas”. También significa que tiene el cabello largo o que va despeinado. La voz se usa en distintos lugares del noroeste argentino, pero también en la zona chilena influenciada por el quechua.
“Tinquear / tincazo”. Procede del aimara ´ttinca´, salto o saltada, o del quechua ´ttinkay´, golpear. El DRAE dice: “Tincar. Golpear con la uña del dedo medio haciéndolo resbalar con violencia sobre la yema del pulgar”. Aquí lo usamos (o usábamos) como “tinquear”, con el sentido, en el juego de bolillas, de “el acto de tomar una bolilla entre el dedo índice o el mayor y la uña del pulgar, y arrojarla con impulso”. Desconozco si, en el juego actual de las bolillas, bastante extendido no solo en Salta sino en todo el país, se utiliza esta palabra.
“Sucho”, también proveniente del quechua ´suchi´, barro o granito de la cara, con la misma acepción que posee en el idioma original.
Estas son solamente unas muestras de las voces que, al menos entre personas mayores, se han conservado y aún se utilizan, aunque más no sea esporádicamente. En las narraciones literarias y folclóricas se las puede apreciar a menudo, como también en muchas de las canciones folclóricas de nuestro repertorio.
Es bueno divulgarlas para que nuestros hijos y nietos las rescaten y conserven en su memoria, de modo que no sean únicamente los diccionarios los testigos silenciosos de una época que, gracias a la tecnología y la globalización, como también a la urbanización y migración urbana, que abandona el campo, ha engalanado el uso de nuestros padres y abuelos.

26° artículo para El Tribuno 26may11.docx
LATÍN VULGAR: LA HERENCIA DE LOS ROMANOS
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
Universidad Nacional de Salta

Pocos hispanohablantes desconocen el origen latino de nuestra lengua; sin embargo, no muchos saben que la verdadera paternidad provino del llamado latín vulgar y no del culto, utilizado en su eximia literatura y, en los estrados senatoriales, por Cicerón y otros grandes cultores.
El motivo de esta nota se centra en escarbar los intrincados caminos de la historia del español o castellano para detenernos en algunas curiosidades que testimonian sobre las dos vías que le proporcionaron palabras y dicciones, la mayoría de las cuales son utilizadas constantemente en la actualidad.
Palabras cultas y voces populares
Mientras el latín culto era patrimonio de las clases nobles, de los pudientes y de los literatos, el pueblo –entre los que se contaban soldados, suboficiales, técnicos de todo tipo y, en general, la gente no letrada– hablaba también latín, pero con una versión que no tenía un control por parte del Estado, tal como en la actualidad existe el hablar popular espontáneo, diferente del propio de la gente culta. Esa versión era, tal cual lo fue siempre y lo será, el campo abonado para los cambios lingüísticos propios de una lengua dinámica, viva y evolutiva.
De esa vía popular ha nacido la mayor parte de lo que llamamos el “léxico patrimonial”, o sea aquellas palabras que se usan cotidianamente en nuestro idioma. Algunas de ellas, de todos modos, también han arribado desde la vía culta. Hay otro grupo de términos que provienen de una mezcla de ambas vías, a los que se define como “semicultos”. Vayamos a los ejemplos para una mejor comprensión. El vocablo latino culto “régula” (cuyo significado es la palabra actual “regla”) ha generado, en el castellano, varios otros cultos como “regulación”, “regular”, “regulable”, en los cuales se aprecia la permanencia completa de “régula”. Por ello podemos afirmar que no se ha producido cambio alguno en ella hasta arribar a nuestra lengua. Pero también ha dado origen, con un mínimo cambio (la pérdida de la “u” de la segunda sílaba), a la locución “regla” (voz semiculta). Por fin, por la vía popular, ha generado, con un cambio considerable en el cual casi no se distingue su origen, “reja”, un elemento material que guarda un contenido semántico similar a “regla”, ya que aquella está hecha para no permitir el paso. La diferencia entre las contribuciones por la vía culta y semiculta, en relación con la popular, estriba en que esta última generalmente se refiere no a conceptos abstractos o espirituales, sino a cosas concretas y tangibles de la vida: la reja, por ejemplo.
Otra muestra de esta situación la proporciona “fabulare”, derivación popular de la voz culta “fábula”, que en latín culto significa “habla, conversación, cuento, novela, tradición mitológica”. Por la vía culta ha permanecido “fábula”, con el sentido de “breve relato ficticio en prosa o verso, con intención didáctica”, pero también otras, como “fabular”, “fabulador”. Como ejemplo de semicultismo está “fabla”, únicamente con la pérdida de la “u” interior, que el Diccionario define como “imitación convencional del español antiguo hecha en algunas composiciones literarias” y, en una segunda acepción, como “habla”. Por fin, la versión popular ha dado “habla”, definida como la “acción de hablar”. Esta no solo ha perdido la “u”, sino que también ha convertido la “f” en la “h” muda, luego de un largo proceso, perdiendo, asimismo, la “e” final del verbo “fabulare”.
Muchos ejemplos podríamos analizar sobre estos fenómenos con palabras muy conocidas y usadas todos los días por los hablantes: “vétulus” (viejo, voz popular muy evolucionada), con su versión culta “vetusto”; “íntegrum” – íntegro – entero; “ténebrae” – tenebroso – tiniebla; “fílius” – filial, filiatorio – hijo; “matéria” – material, materia – madera; “láicus” – laico – lego…
La lengua: dinámica y cambiante
Con la sola mención de estos ejemplos, que podrían multiplicarse “ad infinitum”, es posible cobrar conciencia sobre cómo evoluciona la lengua en general, no solo nuestro idioma. ¿A qué se debe tal fenómeno? ¿Es algo negativo o guarda un importante tesoro en ese proceso? Es que ella se debe acomodar a la realidad, que también es cambiante, y al ser humano, su inventor y usuario, que posee esa cualidad. Basta ver cuánto ha transformado él la realidad, a lo largo de los siglos, con el objeto de mejorar su vida y la de los semejantes, hasta llegar a la actualidad con la tecnología desarrollada a límites antes impensables. Es evidente que muchos de los inventos, como las sofisticadas armas que destruyen diariamente a tantos semejantes a lo largo y ancho del planeta, no logran nada más que perjudicar al medio ambiente y al mismo ser humano; pero asimismo, con los avances de la ciencia, se ha podido llegar a prolongar y mejorar, en muchos casos, la vida del hombre y a proporcionarle mayores comodidades y bienes.
Pues bien; la lengua, el instrumento de comunicación por antonomasia, sigue el derrotero de todos estos cambios, con el propio, porque su deber es adaptarse permanentemente a esa realidad para poder comunicarla adecuadamente. Y así como los cambios, a lo largo del último siglo y medio, han transcurrido con una velocidad increíble, también la lengua va, necesariamente, adoptando términos y dicciones del inglés (idioma en cuyas sociedades se ha producido la mayor parte de los avances) como nunca antes había sucedido con otro idioma. Por ello los académicos han ido flexibilizando su intransigencia, ante esta realidad, para permitir una adecuación del idioma a esas conquistas científicas. Solo habrá que demostrar, en este proceso, una prudencia muy ajustada para no permitir un distanciamiento de la realidad, por una parte; pero también para cuidar la personalidad y pureza de nuestra lengua, por otra, controlando ese avasallamiento idiomático.

23er. artículo para El Tribuno LATÍN VULGAR LA HERENCIA DE LOS ROMANOS 13may11.docx
¡TE VOY A DENUNCIAR POR DISCRIMINADOR…!
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
Universidad Nacional de Salta

Fui a saludar a los colegas de la Facultad de Ciencias Económicas de la U.N.Sa. con motivo de conmemorarse el domingo 1° de mayo el Día de los Trabajadores. Lo hice, en primer lugar, con el vicedecano de la Facultad, el contador Carlos Revilla, un amigo de toda la vida. Él aprovechó para comentarme que seguía, semana a semana, mis artículos sobre la lengua y, a la vez, me planteó la situación de algunas palabras que, en rueda de colegas, saltaron al debate por considerárselas en la actualidad, por parte de mucha gente, como de un solo significado, normalmente peyorativo o negativo. Se trata del verbo “discriminar” y su adjetivo “discriminador”, como también de “reprimir” y “represor”, entre otras.
Discriminar y excluir: discriminación y exclusión
Vamos a analizar los términos para buscar una conclusión adecuada a estas inquietudes. Según el “Diccionario de la lengua española” de la RAE (DRAE 2001), “Discriminar” tiene las siguientes acepciones: ´Seleccionar excluyendo. //2. Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.´. Por otra parte, para “discriminación positiva”, afirma: ´Protección de carácter extraordinario que se da a un grupo históricamente discriminado, especialmente por razón de sexo, raza, lengua o religión, para lograr su plena integración social´. Sin embargo, es preciso remontarse a su etimología, es decir a la raíz latina que le otorgó el sentido. Según el “Diccionario de la lengua latina” de Luis Macchi (Bs. As., Editorial SEI, 1948, páginas 158 y 159), el verbo “discrimináre” significa ´separar, distinguir, diferenciar, variar´. A su vez, el sustantivo “discrímen / discríminis” reúne los siguientes sentidos: ´separación, intervalo, diferencia; crisis, momento decisivo; grave peligro´.
A la luz de estos datos queda claro que –si bien el sentido principal se refiere al trato de inferioridad que se da a una persona por diversos motivos– el negativo no es el único sentido válido ya que, según el latino, no solo ofrece el significado de ´separar´, sino también el de ´distinguir´ que implica, según el DRAE (página 838), ´conocer la diferencia que hay de unas cosas a otras´, pero también ´otorgar a alguien alguna dignidad, prerrogativa, etc.´. Por ello el verbo ´separar o distinguir´ también se referirá a destacar aspectos positivos o virtuosos, por ejemplo, de una persona.
Asimismo, el contador Revilla recordó que las palabras “exclusión” y “excluir” muchas veces son tomadas en un solo sentido (unívocamente), como en el caso de las anteriormente citadas. Estas provienen del verbo latino “exclúdere” (Macchi, página 192), que significa ´excluir, dejar; alejar, apartar; echar fuera, sacar, hacer salir; exceptuar´. La castellana, proveniente de “exclúdere”, se entiende como ´quitar a alguien o algo del lugar que ocupaba (…) //2. Descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo´ (DRAE 2001, página 1016). No es difícil, aun en este caso, concluir que esta palabra se utiliza no solamente con sentido negativo (“Es un excluido social porque no se le otorgan los mismos derechos que a los demás. Lamentablemente la exclusión lo devora”), sino asimismo en muchos casos, con sentido positivo (“Se la excluyó [exceptuó] de entre aquellos que habían sido severamente sancionados”). Por lo tanto, es preciso borrar del usuario la concepción de que el término sólo posee el significado peyorativo o negativo, lo mismo que sucede con el caso de “bizarro” que, según el DRAE (página 323), se entiende como ´valiente (/ esforzado). //2. Generoso, lúcido, espléndido´, pero que, en la actualidad –según informaciones respecto del uso hecho por personas jóvenes, influenciadas por ciertos programas de televisión seguidos por un nutrido público–, apunta a un personaje ´raro, extravagante, anormal, atípico´, tomado de la voz francesa “bizarre”. Esta acepción no figura en ningún diccionario general actual, al menos en formato papel. Por fin, y en consecuencia de lo afirmado, las palabras “excluir” y “exclusión” pueden, también, acuñar el sentido positivo propio de la acepción ´exceptuar´ mencionada por el DRAE.Reprimir y represión
En lo que atañe a las otras dos palabras motivo de la inquietud, “reprimir”, según la primera fuente consultada (página 1951) engloba lo siguiente: ´contener, refrenar, templar o moderar´ y, como segunda acepción, ´contener, detener o castigar, por lo general desde el poder y con el uso de la violencia, actuaciones políticas o sociales´. En este caso –pese a que, en primera instancia, acogemos la significación negativa de la fuerza pública– también está fuertemente sustentada la significación positiva que apunta a contener, templar o moderar, verbos que no acuñan en modo alguno el concepto de violencia, sino todo lo contrario: mediante la acción de convencer, y haciendo gala de prudencia y sentido común, un profesional se ocupa de lograr un cambio en la conducta que no beneficia a una persona ni mucho menos a su prójimo. Para abundar en una argumentación más tajante, la palabra “represión” implica estos sentidos: ´acto, o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales´, juntamente con su cuarta acepción que dice: ´En el psicoanálisis, proceso por el cual un impulso o una idea se relega al inconsciente´.
Concluimos nuestro análisis –no solo con respecto a las palabras mencionadas en el artículo, sino además con muchas otras que no se presentan, precisamente, como portadoras de un único significado– afirmando, sin temor a equivocarnos, que no debemos dejarnos llevar por la falsa expectativa de que las utilizaremos siempre con la misma dirección semántica. Es más, todos somos conscientes –en nuestra calidad de hablantes calificados del castellano– de que muchas veces utilizamos la mayoría de las palabras de nuestro repertorio con distintos sentidos, según lo que queramos expresar, sobre todo cuando hacemos gala de la ironía.
22° artículo para El Tribuno TE VOY A DENUNCIAR POR DISCRIMINADOR 28abr11.docx

TRABAJO SOBRE APPENDIX PROBI DE PROFESORA DUDZICZ

Verónica Cecilia Dudzicz
verodudzicz@gmail.com
Universidad Nacional de Salta
EL APPENDIX PROBI EN LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA
Eje: Mundo romano
Palabras clave: latín vulgar – romance – historia – fuente
Modalidad: Tradicional

Introducción

Uno de los aspectos que más dificultades les presenta a los alumnos de Historia de la Lengua Española es el estudio de los cambios fonético-fonológicos que intervienen en la evolución del latín al castellano; e inscripto en este apartado de la materia, la palatalización por acción de “yod”, proceso de los más relevantes en el desarrollo del sistema consonántico de las lenguas romances. La dificultad de este cambio fonológico en particular se debe a dos motivos: por un lado, la complejidad que el cambio reviste en sí mismo; y por otro, que tuviera lugar en el latín vulgar, es decir, en un estadio de la lengua anterior a los dialectos romances, cuya documentación es escasa debido a su carácter eminentemente oral.
El Appendix Probi, colección de glosas prescriptivas que acompaña a una gramática escrita por Probo en el siglo IV, es una de las más importantes fuentes del latín vulgar. No se pretende dentro de los límites de este trabajo dilucidar o revisar la trascendencia de este texto en la lingüística románica, pues ha sido abordada extensamente en bibliografía especializada, sino enmarcar su relevancia en el estudio de la historia de la lengua castellana en el nivel de grado.
El análisis de esta fuente facilita la comprensión por parte de los alumnos de ciertos cambios lingüísticos en curso, condenados, por cierto, por el autor del Appendix.


El proceso de palatalización por acción de yod

La palatalización por acción de yod es uno de los principales cambios fonéticos que contribuyeron a la constitución del sistema consonántico de las lenguas romances en general y, en particular, del español. Los sonidos palatales inauguraron en estos dialectos primitivos una zona de articulación nueva con respecto al sistema consonántico latino. Muchos de los fonemas que la componen son producto de la influencia de la aparición de una semiconsonante o semivocal denominada yod , que aparece en el latín vulgar por evolución interna de la lengua. Como instancia previa a la aparición de las consonantes palatales, la yod conformó diptongos crecientes o decrecientes en grupos vocálicos que en latín clásico constituían hiato.
Una de las causas de la ocurrencia de yod es la pronunciación como diptongo de /i/ o /e/ en hiato: /lán-kja/ por /lán-ke-a/; /dór-mjo/ por /dór-mi-o/. Otras, la vocalización de una consonante velar agrupada: /fáįtu/ por /fáktum/; la caída de un fonema: /kantáwi/ > /kan-táį/; y, finalmente, por la metátesis que produce el adelantamiento de una vocal a la sílaba anterior: /kaldária/ > /kal-dáį-ra/.
La yod aparecida de estas maneras en el latín vulgar provocó otros cambios consecutivos, aunque en algunas lenguas romances muchas de las formas frenaron su evolución en esta instancia; por ejemplo, el portugués y el gallego mantuvieron la vocalización en nocte>noite; en otras, como el español, la evolución fue un paso más allá, provocando la aparición de un fonema palatal ausente en el sistema consonántico latino, en este ejemplo, el africado /c/: noche. Estos cambios fueron enunciados por la lingüística histórica del siglo XIX como reglas. En la actualidad, se prefiere el término “tendencia” para referirse a ellos.
Los efectos de la innovación semivocálica en el castellano no se reducen a la palatalización de la consonante inmediata; en algunos casos, el resultado es una metátesis: coriu>*coero>cuero o el cambio se detiene en una síncopa: cogitat>cuida. Sin embargo, lo más frecuente e innovador es la aparición de las consonantes palatales en las lenguas romances.
Menéndez Pidal (1997, primera edición: 1904) sistematizó los cambios producidos por la aparición de yod en cuatro casos: yod primera, segunda, tercera y cuarta.
La yod primera es la que actuó sobre los grupos /tj/ y /kj/, que evolucionaron en /ts/ y luego en una sibilante /θ/; por ejemplo: fortia>fuerza.
La yod segunda influyó, en primer lugar, en los grupos /lj/, /k’l/, /g’l/, /t’l/, que evolucionaron en la palatal lateral /λ/ y luego en la velar sorda /x/. Ejemplos de estos casos son: folia>hoja; apicula>abeja; regula>reja. Por otra parte, la yod segunda palatalizó los grupos /nj/ y /gn/ en la nasal ñ /ņ/; por ejemplo: somniu>sueño; ligna>leña.
La yod tercera provocó la palatalización de los grupos /gj/, /dj/, /bj/ /mj/ en /ĵ/: fugio>huyo; podiu>poyo; fovea>hoya ; rubeo>royo.
Finalmente, la yod cuarta provocó la palatalización de /kt/ en /c/: factu>hecho; lectu>lecho.
En los casos en que la yod aparece por cierre o diptongación de una vocal presente en la forma latina clásica, el proceso es más evidente. Pero su comprensión se dificulta cuando se enuncia como regla o tendencia la palatalización de grupos consonánticos donde la yod aparece en una forma intermedia que se ha perdido en el español actual, pero que se dio necesariamente en el latín vulgar. La dificultad se agudiza cuando en la bibliografía que manejan los estudiantes (publicaciones, fichas, etc.) los ejemplos se dan en sus formas terminales, es decir, la correspondiente al latín clásico y la correspondiente al español moderno. Este es el caso de la palatalización de los grupos consonánticos /k’l/, /g’l/, /t’l/, /gn/ (yod segunda) y /kt/ (yod cuarta). La ocurrencia de la semiconsonante sólo se explica por un cambio anterior, como la caída de algún elemento vocálico o la vocalización de una consonante agrupada: apicula>*abeg’la>*abeila>abella>abeja. Esta secuencia de evolución se obtiene de dos maneras: por testimonio de la forma intermedia documentada en las fuentes del latín vulgar o por reconstrucción interna.


El Appendix Probi en el estudio del cambio lingüístico

Resulta clara, entonces, la relevancia que revisten las fuentes —no muy numerosas por cierto— del latín vulgar. No sólo testimonian formas intermedias en la evolución del latín al español, sino que pueden constituir objeto de ejercicios de reconocimiento del cambio en curso, e incluso de trabajos monográficos en el ciclo de grado.
El Appendix Probi se encuentra en un palimpsesto de Viena, procedente de Bobbio, fols. 49-52, a continuación de los Instituta Artium, de Probo, de donde proviene el nombre, pues no lleva título. Fue copiado hacia el siglo VIII. Algunos estudiosos le atribuyeron origen africano. W. A. Baehrens, por el contrario, se inclina a suponerlo italiano, quizá elaborado en la propia Roma, entre 200 y 320 d. C. En coherencia con el objetivo del texto, que es el señalamiento de formas consideradas incorrectas para el registro escrito, algunos de los casos incluidos en las 227 glosas constituyen efectivamente errores de escritura. Sin embargo, muchos otros reflejan la aparición en el registro escrito de formas propias de la lengua oral —el latín vulgar— documentados en gramáticas e inscripciones, y constituyen testimonio de cambios lingüísticos en curso y confirmados por su evolución posterior en las lenguas romances. Entre estos últimos se encuentran algunos ejemplos del proceso de palatalización en su estadio intermedio.
En el siguiente esquema se transcriben algunos ejemplos:

1. Yod primera: /kj/>/θ/
a. “lancea non lancia” (Appendix Probi, A.P., 72)
lancea>lança>lanza

2. Yod segunda: /k’l/>/x/
a. “speculum non speclum” (A. P., 3)
speculum>*speilu>spillu>espejo
b. “oculus non oclus” (A.P., 111)
oculus>*oilo> *ollo> ojo
Los ejemplos no muestran la aparición de yod, sino un cambio anterior: la caída de vocal postónica. Por vía culta: espéculo, ocular y sus derivados, que mantienen la vocal postónica latina.

c. “vinea non vinia” (A. P. 55)
vinea>vinia>viña
d. “tinea non ti” (A. P., 117)
tinea>tinia>tiña

La aparición de yod en el latín vulgar está presente en otros casos del Appendix Probi que no han terminado en palatalización. Estos ejemplos muestran que los mecanismos del cambio lingüístico no son aplicables en todos los casos.

a. “articulus non articlus” (A. P., 8)
b. “angulus non anglus” (A. P., 10)
c. “cochlea non coclia” (A. P. 65)

Los casos a y b constituirían excepciones a yod segunda, aunque también sería lícito suponer que se trata de errores de escritura y no de cambios que no sobrevivieron a la evolución del latín vulgar hacia el castellano. Lo cierto es que por vía culta se mantienen las formas que conservan la vocal postónica: artículo y ángulo.


A modo de conclusión

En el estudio de la Historia de la Lengua Española, las fuentes del latín vulgar, de las lenguas romances tempranas y del castellano medieval aportan testimonio de aquellas formas que evidencian, entre otros procesos de evolución, los cambios fonéticos en curso. Esto contribuye a que los estudiantes recurran a ellas para comprender los cambios que, como el de palatalización por acción de yod, implican estadios intermedios que con frecuencia no aparecen en la bibliografía editada, fichas, etc. Como herencia de la antigua lingüística histórica, muchas veces las tendencias se presentan en forma de leyes que parecen ser aplicables de manera estricta, casi matemática, a los elementos léxicos del latín. Aunque el establecimiento de estas reglas sin duda fue el aporte más trascendental al estudio de la diacronía, la consideración de los cambios como tendencias resulta más adecuada, ante la profusión de casos en los que las reglas no se cumplen.
En esto influyeron tanto factores históricos —como la imposición de un dialecto sobre otro—; sociales —como la selección de la variante más prestigiosa o la conservación de una forma reservada a ámbitos considerados cultos y a la lengua escrita—; y lingüísticos —por ejemplo, el contacto con otras lenguas. Y, como los caminos del cambio lingüístico suelen ser intrincados, en el sentido inverso, estas circunstancias también explican algunas de las tendencias.
El acceso a fuentes como el Appendix Probi ilustra estas situaciones y complementa lo que la reconstrucción interna aporta al estudio de la evolución de la lengua castellana.


Bibliografía

Lapesa, R. (1996). Historia de la lengua española. Madrid, Gredos.
Baehrens, W. A. (1922), Sprachlicher comentar zur vulgärlateinischen Appendix Probi. Versión del texto reproducida en: Díaz y Díaz, M. C. (1974). Antología del latín vulgar. Madrid, Gredos.
Bustos, E. y otr. (1993). Teoría y práctica de la historia de la lengua española. Madrid, Síntesis.
Cano Aguilar, R. (1992). El español a través de los tiempos. Madrid, Arco-Libros.
Cano Aguilar, R. (coord., 2004). Historia de la lengua española. Barcelona, Ariel.
Corominas, J. (1967) Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos.
Lausberg, H. Lingüística románica. Madrid, Gredos.
Martínez Salvatierra, M. (2006). Orígenes, formación y evolución de la lengua castellana. .La Paz, Artes Gráficas LIA.
Menéndez Pidal, R. (1965/1967). Crestomatía del español. 2 tomos. Madrid, Gredos.
Menéndez Pidal, R. (1997). Manual de gramática histórica española. Madrid, Espasa-Calpe.
Moure, J. L. (1983) reseña de Wright, R. (1982). Late latin and early romance in Spain and Carolingian France. Liverpool: Francis Cairns. Publicada en Incipit, III.
Väänänen, V. (1974). Introducción al latín vulgar. Madrid: Gredos.
Vidos, A. (1970). Manual de lingüística románica. Madrid, Espasa-Calpe.

TRABAJO PRÁCTICO Nº 2

Historia de la Lengua Española
Trabajo Práctico Nº 2
Evolución fonética y grafías medievales


Trabajo práctico sobre Cantar de Mio Cid, anónimo, edición doble de Leonardo Funes (2007), Colihue, Buenos Aires, págs. 36-43.


1) ¿Qué representa la grafía Ç de Çid (322)? ¿Existe este sonido en el español actual? Encuentre otros ejemplos en el texto.
2) ¿Por qué palabras como assí (322) y priessa (325) se escriben con doble s?
3) Explique, por su evolución fonética, las siguientes formas. ¿Qué procesos se muestran en curso, no acabados?
a. far (322)
b. noch (323)
c. mugier (326)
d. e (331 y otros)
e. spirital (343)
f. miráculos (344)
g. far (322), fecha (366), fijas (372), fabló (378)
h. abbat (383)
i. lança (353)
4) Según lo estudiado sobre grafías medievales, indique otras posibilidades de escritura para las siguientes palabras: quanto (328), cavalgar (367).
5) Las siguientes palabras existen en el español moderno. Explique el cambio semántico que operó en ellas comparando su significado en el Cantar con el actual:
a. avemos (344)
b. cató (356)
c. tornó(las) (371)
d. siniestro (397)
e. diestro (398)


FECHA DE ENTREGA: VIERNES 27 DE MAYO

jueves, 12 de mayo de 2011

APPENDIX PROBI

ARTÍCULO Nº 17 DEL TRIBUNO

EL ESPAÑOL Y LOS JAPONESES
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
Universidad Nacional de Salta (fernanfj3@yahoo.es)


Antes de leer ayer el interesante artículo de mi amigo Carlos Vernazza, “Japón, país de controversias”, me crucé con el Chato Correa quien, con muy buen tino, me sugirió que recordara a mis amigos japoneses publicando, en esta columna, algo relacionado con el español, en calidad de recuerdo, ante la tragedia que acaban de sufrir, y el extraordinario crecimiento e interés por estudiar nuestra lengua en ese país. Aquí va, entonces, mi sincero y sentido homenaje a ese Japón ancestral, que me acogió durante casi un año con tanto cariño y generosidad, y a todos los amigos que cultivé, durante esa estancia, pero también desde hace casi dos décadas. Asimismo, a las víctimas del desastre y a los esforzados rescatistas y trabajadores que se brindan con tesón para volver todo a la normalidad.
Las virtudes de Japón
Carlos se encargó de destacar con maestría las virtudes japonesas, sobre todo las que tienen que ver con la austeridad, la vida interior espiritual, la comunicación con pocas palabras y el estoicismo que los hace reaccionar, de un modo positivo, frente a tantas desgracias que tuvieron que sufrir en su larga historia, y recuperarse, como el ave fénix, en poco tiempo. Y esto de “en poco tiempo” dista de ser una exageración. En efecto, lo demostraron cabalmente, a fines del siglo XIX cuando se produjo la reapertura de Japón al mundo –luego de más de dos siglos de haber cerrado sus fronteras–, ya que lograron en pocos decenios lo que a Occidente le había demandado varios siglos. Esto se repitió luego de la tremenda tragedia de la Segunda Guerra Mundial, que dejó totalmente destruidas sus ciudades, con la excepción de Kioto, cuando los japoneses, unidos mancomunadamente y dando prioridad al país aun antes que a la propia familia, lograron no solo reconstruir sus ciudades y poblarlas de autopistas y veloces trenes, sino también ubicarse, en menos de veinte años, en el tercer lugar en el concierto de las más poderosas naciones del mundo.
No concluyó ese entusiasmo al lograr este objetivo: la tercera y cuarta generaciones, posteriores a las dos únicas bombas atómicas que dejaron más de doscientos mil muertos en pocas horas, siguen con afán de sacrificio por su patria, dejando de lado cualquier espuria idea de corrupción y luchando, codo a codo, por la posteridad. Esto, a pesar de que la última generación de jóvenes que acreditan entre 18 y 30 años, no tienen el mismo pensamiento que sus padres, porque pretenden gozar de los beneficios obtenidos por el sacrificio permanente de sus mayores durante tantos años. Esta generación es la que decididamente se ha conectado y comprometido con el resto del mundo, occidentalizándose sin límites y viajando en todo momento para llevar a casa nuevas ideas que serán allí repotenciadas con el típico estilo japonés de toda la vida: traer lo ajeno y convertirlo en propio, otorgándole su sello e identidad.
El español en Japón
En tal contexto –en el país en el que se estudia la mayor cantidad de idiomas en el mundo–, al cobrar conciencia de la importancia de la lengua de Cervantes, que ha cautivado a más de cuatrocientas cincuenta millones de personas para que la hablen, en unas cuantas décadas han revertido las estadísticas sobre estudio de idiomas en su país. El inglés –como lengua dominante, la de aquellos que por primera vez en la historia de esas islas fueron capaces de vencerlos e imponérsela– es estudiado por todos los adolescentes y jóvenes de la escuela secundaria, en forma obligatoria. Luego, por lo menos desde el siglo XVI, se estudiaron el francés, alemán, holandés, además de los idiomas orientales (chino, coreano y otros), cuyo estudio (en especial el de los primeros) se destacó hasta después de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, a partir de los años 70 y 80, comenzó un crecimiento sin precedentes respecto del estudio del español, gracias a productos culturales que llegaban desde España (como el cante jondo y el flamenco), aumentando después con los que arribaban de América: el folclore, el tango y, últimamente ritmos como la salsa. Todo ello se ha convertido en un aliciente continuo, complementado con las amistades que muchos japoneses forjaron con los latinoamericanos de diferentes latitudes que eligieron el país del sol naciente como su destino laboral.
Ante todas estas situaciones, sumadas últimamente a la pasión por el fútbol –del que son cultores prácticos, ya que los hemos visto destacarse en los últimos campeonatos mundiales de la disciplina–, la fiebre por el estudio del español creció a pasos agigantados. Diez años atrás tuve la suerte de realizar allí una investigación relacionada con las metodologías para la enseñanza de este idioma en sus universidades y en varias oportunidades pude comprobar cómo la tradicional timidez japonesa había desaparecido en muchos jóvenes estudiantes: algunos de ellos, recién iniciados en el estudio del español en primer año, se reunían conmigo, ávidos de conversar, aunque fuera mediante balbuceos, con un hablante nativo de nuestra lengua. Las generaciones anteriores, aun dominando algún idioma extranjero, no se atrevían a hablarlo con nativos de esa lengua por miedo a cometer errores. Hoy la pasión por el español los impulsa incluso a arriesgarse, cometiendo errores, para entablar una comunicación con nativos.
Es interesante saber que, de todos los estudiantes de un determinado idioma en Japón (el español incluido), el 100 por ciento en algún momento de sus estudios viaja a algún lugar donde se lo habla para practicarlo. Muchos de ellos se presentan como voluntarios en instituciones benéficas para ayudar a víctimas de catástrofes o enfermedades en América Latina con el objeto, amén de la solidaridad, de practicar “in situ” el español.
Vaya, pues, este recuerdo y homenaje a esa gente tan solidaria y sacrificada que nos honra con su preferencia por nuestra lengua y, además, cultiva nuestra cultura en la danza, el arte y otras manifestaciones espirituales, con las que ven satisfechas sus aspiraciones.