viernes, 26 de agosto de 2011

ARTÍCULO Nº 39 DE EL TRIBUNO


“PUNTO Y COMA, EL QUE NO SE ESCONDIÓ SE EMBROMA…”
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
En mi artículo número 30 del 14 de junio pasado había prometido ocuparme de la puntuación, a la que había definido como “un escollo para el redactor”. Hoy abordaré los signos principales y dejaré los otros (guion, paréntesis, signos de interrogación y de exclamación, comillas, y demás) para la próxima entrega. El punto, el punto y coma, los dos puntos, los puntos suspensivos y la coma (en especial esta última) son los que presentan mayores dificultades para su uso.
El punto
“Señala pausa al final de un enunciado”, aclara la RAE. El punto y seguido separa enunciados que conforman un párrafo: “Salieron a dar un breve paseo. La mañana era espléndida”. En este caso, cuando se combina con comillas, pero también con paréntesis, el punto siempre debe ir detrás de las comillas.
También se emplea después de las abreviaturas: ´Sra.´ (señora); ´Excmo.´ (excelentísimo); ´cf.´, ´cfr.´, ´conf.´ y ´confr.´ (´cónfer´ = véase, compárese).
Cuándo no debe utilizarse: en títulos y subtítulos de libros, artículos, capítulos, obras de arte, textos de pie de foto o imagen: “El llano en llamas”, “La Venus del espejo”, por ejemplo.
El punto y aparte implica el comienzo de un nuevo párrafo, que va en renglón distinto, mientras que el punto final marca el fin de un texto.
Los dos puntos
Este signo (:) detiene el discurso para llamar la atención sobre lo que sigue. Va, a) después de anunciar una enumeración: “Tengo tres hijos: José, Analía y Claudio”; b) antes de citas textuales: “Descartes dijo: ´Pienso, luego existo´”; c) detrás de fórmulas de saludo en cartas: “Querido amigo: Te escribo para comunicarte…” (esto, en renglón aparte); d) en oraciones relacionadas entre sí: “No necesitaba correr: aún era pronto”; e) para separar un ejemplo del resto de la oración: “Escriban sobre un animal: el dinosaurio, por ejemplo”; f) en textos jurídicos y administrativos: “CERTIFICA: Que José García ha cursado…” (esto, en renglón aparte).
El punto y coma
Indica una pausa superior a la que marca la coma, pero inferior a la del punto. Se emplea: a) en enumeraciones complejas en las que van comas: “El saco es azul; el pantalón, gris; la camisa, blanca; y el abrigo, negro”; b) en un encadenamiento de oraciones, en las que se ha usado comas; “Sus padres, cansados, acababan de llegar; la chica, feliz, corría hacia ellos”; c) delante de conjunciones o locuciones conjuntivas, como ´pero´, ´aunque´, ´sin embargo´, ´por lo tanto´, que tengan una cierta extensión: “Los jugadores se entrenaron intensamente durante todo el mes; sin embargo, los resultados no fueron los esperados”.
Puntos suspensivos
Suponen una interrupción en la oración o un final impreciso. Se utilizan: a) al final de enumeraciones abiertas o incompletas: “Allí se vende de todo: comestibles, cacharros, ropas, juguetes…”; b) al dejar un enunciado incompleto y en suspenso: “Todo fue violento y desagradable… No quiero seguir hablando de eso”; c) en una cita textual o refrán incompletos: “En tal situación, pensé: “Más vale pájaro en mano…”.; d) entre paréntesis o corchetes, cuando se transcribe un texto, omitiendo una parte de él: “Me aseguró, después de (…), que me pagaría todo”.
La coma
Indica una pausa breve dentro de un enunciado. Se recurre a ella: a) al separar miembros de una enumeración no precedidos por ´y´, ´e´, ´o´, ´u´: “¿Quieres té, café o un refresco?”; b) al separar dicciones gramaticalmente equivalentes, salvo que se interpongan las conjunciones antes nombradas o ´ni´: “Antes de irte, cierra las ventanas, apaga las luces y echa llave”; c) al omitir la repetición de un verbo: “En el aparador colocó la vajilla; en el cajón, los cubiertos; en los estantes, los vasos, y los alimentos, en la despensa”; d) al aislar el vocativo del resto de la oración: “Julio, ven acá” / “Ven acá, Julio” / “He dicho, Julio, que vengas acá”; e) cuando se escriben aposiciones explicativas: “Adrián, el marido de mi hermana, nos dijo que nos ayudaría” / “La verdad, escribe un político, debe respetarse”; f) cuando se invierte el orden regular de una oración: “Cuando él llegó, Ángel salió a su encuentro”; g) antes de una conjunción o locución conjuntiva: “Es noble, porque tiene un palacio” / “Prometiste acompañarlo, conque ya puedes ir saliendo con él” h) al usar enlaces como ´esto es´, ´es decir´, ´por consiguiente´, ´por último´, ´en cambio´, y otros: “Por lo tanto, no vamos a ninguna parte. A pesar de ello, si quieres puedes ver tele” / “Tales incidentes, sin embargo, no se repitieron”; i) al encabezar una carta, se pone coma entre el lugar y la fecha: “Salta, 25 de agosto de 2011”; j) cuando el apellido precede al nombre: “García, Juan”.
En los casos siguientes, hay que evitar el uso de la coma: a) no debe separarse el sujeto del predicado: “Las estanterías del rincón, estaban perfectamente organizadas” (aquí no debe ir la coma); b) en general, cuando en el enunciado oral se baja la voz, no debe ir coma, sino punto, punto y coma o dos puntos, según corresponda. Hay que evitar lo del ejemplo que sigue: “Al golpearse, cayó al suelo, un hombre que pasaba lo auxilió”. Lo correcto es: “Al golpearse, cayó al suelo. Un hombre que pasaba lo auxilió”, o bien: “Al golpearse, cayó al suelo; un hombre que pasaba lo auxilió”
En síntesis
1. Punto / punto y coma / dos puntos: pausa con descenso del tono de la voz.
2. Coma: pausa con mantenimiento o elevación del tono de la voz.
3. Recomendación: antes de colocar estos signos, leer en voz alta y comprobar si se eleva o baja el tono de la voz, para colocarlos correctamente.

ARTÍCULO Nº 37 DE EL TRIBUNO


LAS REDES SOCIALES E INTERNET
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
“Nos encontramos en Facebook”
Me referí, en otras oportunidades, a los anglicismos que han ingresado en nuestra lengua en gran cantidad, sobre todo en esta época de la globalización de las comunicaciones, relacionados, especialmente, a las contribuciones idiomáticas que tienen que ver con las nuevas tecnologías.
Ante un pedido de mi amigo Rubén Arenas, el periodista que está cubriendo el histórico juicio por el asesinato al Dr. Miguel Ragone –quien me sugirió, sesudamente, que en alguna oportunidad me ocupara del lenguaje que los jóvenes y adolescentes emplean en el chateo y demás redes sociales–, hoy quiero dedicar el espacio concedido por El Tribuno para tratar aspectos sobre la lengua, a este asunto no menos importante, pero a la vez, asimismo, preocupante.
El lenguaje espontáneo y coloquial
Todos conocemos la situación que, desde unos quince años atrás a esta parte, se ha generado por el uso demasiado informal y de confianza en esas redes sociales. La informalidad es la característica sobresaliente en este tipo de comunicación. Pero, además, especialmente el costo de la utilización de los celulares en ella, ha determinado un uso “apocopado” o demasiado sintético de la lengua en estas ocasiones: ha obligado (no solo en nuestro idioma, sino también en otros, partiendo del inglés) a la creación de distintos signos que han posibilitado una interacción rápida y sintética y, por otra parte, comprensible para todos los miembros de la red.
Las abreviaturas constituyen un recurso formidable que, precisamente, no ha sido inventado para solucionar este problema. Desde muchos siglos atrás, nuestra lengua las ha utilizado con el objeto de que los copistas de la Edad Media –cuyo trabajo se realizaba exclusivamente en forma manual– pudieran realizar su tarea, demasiado ímproba en lo cuantitativo, con eficiencia y en el menor tiempo posible. En la época en que aún no existía la imprenta, este recurso representó un verdadero avance en la comunicación. A tal punto que, en la actualidad, cuando queremos acceder a documentos antiguos, debemos recurrir a los especialistas en paleografía (escritura antigua) para descifrar, por una parte, la lectura de letras para nosotros desconocidas, pero también, por otra, para interpretar el sistema de abreviaturas que ellos habían puesto en marcha.
Estos signos constituyen un antecedente de los que ahora son utilizados en la comunicación electrónica, mediante computadoras y celulares. A tal punto ha evolucionado este tipo de lenguaje que, al cabo de pocos años desde su nacimiento, ha adquirido un desarrollo increíble.
Un diccionario de términos para internetPrueba de lo dicho es que las palabras del llamado “lenguaje virtual” y su significado, identificadas como “la comunicación del milenio”, han sido recogidas por varias entidades relacionadas con la actividad, las cuales han creado un diccionario, suponiendo que no es el único que existe en español. En estos códigos, se supone que se dejan de lado las normas ortográficas, las de puntuación, reduciéndose el léxico a un vocabulario simple y breve. Varias operadoras españolas de celulares (como Movistar, Vodafone Msn y Orange), juntamente con la Asociación de Usuarios de Internet (AUI) están desarrollando un diccionario de estas voces al que denominarán “Hexo x ti y xra ti” (Hecho por ti y para ti). A continuación, algunas de las palabras, sobre todo aquellas más conocidas por nuestros usuarios argentinos: +tard (más tarde); 1bso (un beso); a2 (adiós); ad+ (además); bn (bueno); bss (besos); cd?, cm? (¿cuándo?, ¿cómo?); dps (después); hi (hola); kcs? (¿qué haces?); ksa (casa); ktl (¿qué tal?); mña (mañana); ola (hola); psda (pesada); tspero (te espero); tb (también); q (que); tkm (te quiero mucho); toy (estoy); tpc (tampoco); xfa o xfi (por favor); xra (para); xq (porque); xro (pero); |o (signo de bostezo), y muchos “emoticones” (palabra recibida del inglés que se refiere a las emociones trasmitidas iconos con diversas poses). Estas son una muestra de un mayor glosario.
La Academia y el lenguaje de internet
La “Ortografía de la lengua española” de la RAE (2010) dedica algunas páginas a los usos de las “nuevas tecnologías de la comunicación”. Dice, por ejemplo respecto del uso de mayúsculas y minúsculas, que la rapidez y la economía, en su calidad de determinantes de este tipo de código, condicionan su escritura, equiparándola al uso oral por su similitud con la informalidad que la caracteriza. Por eso es una constante la relajación respecto de las normas académicas. Mayúsculas y minúsculas se manejan con un criterio distinto. Por ejemplo, aquellas suelen indicar enojo o gritos (volumen de la conversación). Las normas de cortesía de la red, por lo tanto, recomiendan evitar su empleo, considerado como de mala educación, además de dificultar su lectura. En lo que respecta a las minúsculas, su uso está generalizado. Dichas normas, asimismo, solicitan cuidar al máximo la corrección ortográfica de los mensajes para contribuir a una mejor comprensión (página 517). En cuanto a las “abreviaciones y las nuevas tecnologías de la comunicación”, justifica la proliferación indiscriminada de abreviaturas debido a las limitaciones de los espacios y caracteres por motivos de tiempo y economía. También acota la Academia (páginas 585 y 586) que los jóvenes, con un criterio innovador y transgresor, exhiben, en sus comunicaciones abreviadas, “claras similitudes con los sistemas primigenios de la abreviación”, puesto que demuestran procedimientos parecidos a los que empleaban los antiguos latinos. Con las abreviaturas SPQR (“Senatus populusque romanus”) encabezaban, con un estandarte que las portaba, las marchas y procesiones, declarando que “el Senado y el pueblo romano” eran los que celebraban los actos públicos y las solemnidades. Generalmente, las abreviaturas utilizadas en la red prescinden de las vocales en sus códigos: tjt (tarjeta), tqm (te quiero mucho), tvl (te veo luego). Concluye la RAE recomendando: “Las abreviaciones acuñadas para su uso en chats y en mensajes cortos tienen restringido su empleo a ese ámbito y no deben trasladarse a la lengua general, por lo que no son objeto de regulación ni sistematización por parte de la ortografía”.

viernes, 19 de agosto de 2011

ARTÍCULO Nº38 DE EL TRIBUNO

LAS PALABRAS Y EL DICCIONARIO
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
Universidad Nacional de Salta
“¿Qué significa esta palabra?”
¡Cuán dignos de tenerse en cuenta esos libros llamados diccionarios! ¡De cuántas dudas nos sacan! Hoy he de abordar el tema relacionado con estos que han sido denominados, jocosamente, por los argentinos como “desburrantes”. Muchas veces hemos escuchado: “Me voy a desburrar sobre tal palabra”.
Los diccionarios de la RAE
La entidad madre de la lengua, la Real Academia Española, acompañada por las veintidós academias regionales que conforman la Asociación de Academias de la Lengua Española, ofrecen a sus usuarios los siguientes instrumentos para que se pueda consultar dudas sobre palabras, locuciones y, en algunos casos, normas gramaticales:
El DRAE o “Diccionario de la Real Academia Española” que, desde sus comienzos en el siglo XVIII, ha impreso 22 ediciones separadas entre ellas, en algunos casos, por varios años. Junto con esta vigésima segunda edición, que vio la luz en 2001, se ha inaugurado hace poco una actualización permanente respecto a determinadas voces en línea (“on line”). Entrando a la página http://www.rae.es se aprecia, hacia la derecha, dos ventanillas: la primera reza “Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición”. En ella se consulta sobre cualquier palabra que figure en ese diccionario. La de abajo: “Diccionario panhispánico de dudas. Primera edición”. Este diccionario, cuya sigla es DPD, está actualizado a 2005 y capitaliza en sus páginas palabras que no hayan aparecido en el DRAE; pero también se incluyen dicciones inglesas y de otras lenguas, de uso frecuente por parte de los hablantes, por ejemplo “shopping”. Además de ello, una vez que se ingresa para buscar una palabra como “shopping”, arriba de la explicación sobre la palabra se lee tres títulos, el último de los cuales, a la derecha, dice “Artículos temáticos”. Cliqueando allí se llega a una tabla de diversos temas lingüísticos o gramaticales sobre los que se puede consultar, como “Género”, “Puntuación” o “Concordancia”. A su vez, en cada uno de ellos hay hipervínculos (en letras azules) sobre los que es posible ampliar la información “pinchándolos” con el puntero del “mouse”. Este diccionario proporciona datos sobre los anglicismos, dando alternativas en castellano respecto de las palabras o bien asesorando sobre la forma más adecuada de utilizar esos extranjerismos.
Como se puede apreciar, sin adquirir los libros se consulta sobre todas estas posibilidades de dudas, por lo que el interesado puede, desde una computadora personal con internet, arribar a cualquier información sobre la lengua.
Bases de datos léxicos de la RAE
Por si estos recursos fueran insuficientes para la búsqueda, al situarse en la página principal de la RAE aparecerán, a la izquierda, varias opciones de ingreso a la consulta. Las dos primeras tienen que ver con los dos diccionarios arriba referidos. La tercera menciona “Banco de datos” sobre palabras. Entrando por esta variante, hay dos posibilidades de ingreso mediante las cuales se llega a dos bases de datos léxicos que suman unas 410 millones de palabras: la primera se llama CREA (Corpus de Referencia del Español Actual). Se extiende desde mediados del siglo XX hasta la actualidad; la segunda es CORDE (Corpus Diacrónico del Español) que informa sobre palabras desde los comienzos del idioma hasta mediados del siglo XX. Al abrir la que corresponda (según la palabra que se busque), aparecerá una ventana en cuya primera parte estará titilando el cursor. Allí se coloca la voz a buscar. La respuesta se dará (sobre todo en el caso del CORDE, respecto de términos antiguos y, en la mayoría de los casos, que no se usan) mostrando todas las ocurrencias de estos términos en determinados escritos, discriminados por países y autores.
Curiosidades
Al margen de las necesidades que se tenga respecto a la consulta de palabras, muchas veces llaman la atención algunas, tanto por su significado, pero también por su origen o etimología, información a la que podemos arribar consultando el diccionario.
Por ejemplo, ¿adivinan Uds. si es o no correcta la manera de referirse, como algunos hoy estilan, a mujeres y varones colocando el masculino y el femenino? Se suele leer: “maestros y maestras”, “ellos y ellas”, “niños / niñas”, y otros casos similares. La Academia explica, con respecto a esto (ver en “Artículos temáticos”, “Género2” del DPD en línea), que cuando decimos “alumnos” podemos referirnos a un colectivo formado exclusivamente por varones, o bien a un colectivo mixto, de ambos sexos. En relación con esto, aclara: “A pesar de ello, en los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita en estos casos la alusión a ambos sexos: «Decidió luchar ella, y ayudar a sus compañeros y compañeras» (Excélsior [Méx.] 5.9.96). Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva; así pues, en el ejemplo citado pudo —y debió— decirse, simplemente, ayudar a sus compañeros. Solo cuando la oposición de sexos es un factor relevante en el contexto, es necesaria la presencia explícita de ambos géneros: La proporción de alumnos y alumnas en las aulas se ha ido invirtiendo progresivamente; En las actividades deportivas deberán participar por igual alumnos y alumnas. Por otra parte, el afán por evitar esa supuesta discriminación lingüística, unido al deseo de mitigar la pesadez en la expresión provocada por tales repeticiones, ha suscitado la creación de soluciones artificiosas que contravienen las normas de la gramática: las y los ciudadanos.”.
Con esto queda claro cuál es la forma correcta de expresarse en relación con los géneros gramaticales o los sexos.

TRABAJO PRÁCTICO: LA DIFUSIÓN DEL ESPAÑOL EN AMÉRICA



Historia de la Lengua Española Profesor: Francisco J. Fernández
Año 2011 Docente Auxiliar: Verónica C. Dudzicz
Auxiliar de 2da. Cat.: Carmen Figueredo


TRABAJO PRÁCTICO
LA DIFUSIÓN DEL ESPAÑOL EN AMÉRICA
PRIMERA PARTE: ENCUENTRO DE CULTURAS

1) Mencione las principales familias de lenguas existentes en América al momento de la llegada de los españoles, y su ubicación.
2) ¿En qué consiste la hipótesis del andalucismo con respecto a la conformación del español de América?
3) Explique por qué Lipski (1994) se refiere al español de las Islas Canarias como “la contribución española ‘oculta’“.

Fecha de entrega: Viernes 2/9.


Bibliografía sugerida:

1)
Lipski, John. El español de América. Cátedra. Madrid: 1994. (Págs. 18-20).

2)
Rivarola, José Luis. “La difusión del español en el nuevo mundo”, en Historia de la Lengua Española, Cano, R. (comp.). Ariel. Barcelona, 2004.
Lapesa, Rafael. Historia de la Lengua Española. (Cap. XVII).
Zamora Vicente, Alonso. Dialectología española. Gredos. Madrid: 1979. (Págs. 418-423)
Lipski, John. El español de América. Cátedra. Madrid: 1994. (Cap. II).

3)
Lipski, John. El español de América. Cátedra. Madrid: 1994. (Cap. II).

viernes, 12 de agosto de 2011

ZONAS DIALÉCTICAS EN AMÉRICA en (http://www.spanish-translator-services.com/espanol/articulos/espanol-latinoamericano.htm)

ESPAÑOL LATINOAMERICANO O ESPAÑOL PARA LATINOAMERICA

Se trata de la denominación global y un tanto arbitraria que se da a las expresiones idiomáticas y autóctonas y al vocabulario específico del idioma español en América Latina.

De los más de 400 millones de personas que hablan español (o castellano) como lengua materna, más de 300 están en Latinoamérica.

Hay numerosas particularidades y giros idiomáticos idiomáticos dentro del español o castellano.

Algunos de los aspectos que afectan al español son: el uso incorrecto que hacen los medios de comunicación, la influencia del inglés y, quizás el más importante, los vacíos existentes en el vocabulario técnico.

Sin embargo, es en el vocabulario técnico donde más claramente puede encontrarse una diferencia entre el español de la península ibérica, también llamado español de Castilla, y el español latinoamericano.

En el español latinoamericano son relativamente más frecuentes los préstamos directos del inglés, sin traducirlos ni adaptar la grafía a las normas castizas.

El ejemplo más notorio es la utilización de la palabra email o e-mail en Latinoamérica en lugar de la traducción más literal: correo electrónico, que se usa en España. Las diferencias se hacen manifiestas sobre todo en los términos técnicos o de adopción reciente. En Latinoamérica se habla de la computadora mientras que en España del ordenador, y cualquiera de las dos palabras suena extranjera en la región opuesta a su uso.

Distintos dialectos de español latinoamericano:

La lengua presenta variantes en las diversas zonas donde se emplea. Esas diferencias se llaman variantes regionales o dialectales. En Latinoamérica este influjo hacia el fraccionamiento está casi impuesto por la magnitud misma del territorio.

Así podemos observar en las distintas zonas geográficas el desarrollo de distintas variantes del español latinoamericano:

Español Amazónico:

En la zona amazónica influyen las lenguas de la región, sobre todo para designar flora, fauna y actividades.

Español Boliviano:

En Bolivia existen modalidades y regionalismos del español hablado, especialmente en el departamento de Santa Cruz de la Sierra.

Se trata en su origen de la extensión más norteña del antiguo y colonial dialecto del Cono Sur. Sus hablantes, los cambas o cruceños, presumen de parecerse físicamente más a los españoles.

Español Caribeño:

Es un español marcado con modismos, influenciado con el habla andaluza, canaria y sobre todo la presencia negra.

Abarca los territorios isleños de Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico, así como también las áreas costeras y, por extensión, el interior de Venezuela, el norte de Colombia y la mayor parte de Panamá.

Es también el que más se oye en las ciudades de Miami y Nueva York en Estados Unidos y el que emplea la mayoría de los cantantes de salsa.

Español Centroamericano:

El español hablado en Centroamérica, el Arahuaco y el Caribe; también es la variante del idioma español empleada en las repúblicas centroamericanas de Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala junto con el estado sureño mexicano de Chiapas. Representa un estadio medio entre los dialectos de las tierras altas y bajas americanas.

Incorpora vocablos como: bohío, yuca, sabana, guacamayo naguas o enaguas…

Español Cordillerano:

A lo largo de la Cordillera de los Andes desde el Ecuador hasta el trópico de Capricornio, tiene influencias del quechua, del aymará y de otras lenguas autóctonas hoy extintas.

Algunas palabras siguen en uso, por ejemplo del quechua: alpaca, guano, vicuña o china. .

Español Chileno:

El español hablado en Chile tiene sus principales diferencias frente a otros dialectos latinoamericanos son de pronunciación, sintaxis y vocabulario. Es reconocido por tener una multiplicidad de tonos para cada situación y por su conjugación de la segunda persona singular (tú).

Español colombiano – ecuatoriano:

El español colombiano-ecuatoriano y con cierta prolongación en la costa norte de Perú es una mezcla del dialecto caribeño y el peruano ribereño. El centro urbano principal de la región es Guayaquil, igual que Bogotá y Quito, y hay importantes comunidades de raza negra principalmente en la costa colombiana (particularmente el departamento de Chocó) con sus modismos y usos locales.

Español Mexicano:

La forma o dialecto del español hablado en México principalmente en la zona centro presenta un sustrato indígena principalmente nahuatl, sobre el que se depositó la lengua castellana. Sin embargo, si bien en el léxico su influencia es innegable, apenas se deja sentir en el terreno gramatical.

En el vocabulario, además de los mexicanismos con los que se ha enriquecido la lengua española (como jícara , petaca, petate aguacate, tomate, hule, chocolate etc.) el español de México cuenta con muchos nahuatlismos que le confieren una personalidad léxica propia.

Puede ocurrir que la voz nahuatl coexista con la voz española, como en los casos de cuate y amigo, guajolote y pavo, chamaco y niño, mecate y reata, etc. En otras ocasiones, la palabra indígena difiere ligeramente de la española, como en los casos de huarache, que es un tipo de sandalia; tlapalería, una variedad de ferretería, molcajete, un mortero de piedra, etc.

Español Mexicano del Norte:

El español usado en el norte de México (Chihuahua, Sonora, Nuevo León, Sinaloa y Coahuila) se diferencia del de otras regiones de México principalmente en la entonación de las palabras (acento norteño). Conserva las mismas diferencias que tiene el dialecto mexicano con respecto al español peninsular (el uso universal del pronombre personal ustedes para situaciones formales e informales, el seseo y el yeísmo).

Español Paraguayo:

El Español usado en Paraguay al igual que en las provincias argentinas de Misiones, Corrientes, Formosa y Chaco se caracteriza por tener fuertes influencias del guaraní. Paraguay es el único país hispanoamericano con la mayoría de su población bilingüe. El Español paraguayo no difiere demasiado en su forma escrita del resto del español del Cono Sur.

Español Peruano:

En el Español hablado en Perú hay dos formas características del habla.

La primera es la ribereña propiamente tal y la modalidad central o limeña, cuyo origen fue en la ciudad de Lima de donde se irradió a toda la costa. Lima fue entre 1535 y 1739 la capital del imperio español en Sudamérica desde donde se irradiaba la cultura y su habla se convirtió en la más castiza por ser allí la sede de la famosa Universidad de San Marcos de Lima y al hecho de que fue la ciudad que contó con el mayor número de títulos nobiliarios de Castilla fuera de España.

La otra variedad principal del español de la costa del Perú es la aparecida luego de la penetración de los hábitos lingüísticos de la sierra y del ámbito rural a las ciudades de la costa y la propia Lima.

Se podría catalogar a esta lengua de sub-culta y es hoy en día la que habla la juventud y las grandes mayorías residentes en la capital.

Español Puertorriqueño:

El español puertorriqueño es el dialecto del idioma español empleado en Puerto Rico.

Se distingue por la aspiración de la /s/ final o interconsonántica al final de sílabas (transformando /adiós/ en /adioh/ u /horas/ en /horah/), la elisión de las dentales en los sufijos -ado, -edo e -ido y sus correspondientes formas femeninas -convirtiéndose en -ao, -eo e -ío-, y la pérdida de la oposición fonológica entre /r/ y /l/, que resultan alófonos, permitiendo tanto la forma /señol/ como /señor/ o /Puelto Rico/" como /Puerto Rico/.

Español Rioplatense o Español Porteño:

El español rioplatense es una variante del castellano que se usa en los alrededores del Río de la Plata, la provincia argentina de Buenos Aires y Uruguay.

Se diferencia del castellano del resto de Latinoamérica principalmente porque en lugar de decir "tú" se utiliza "vos" (con una deformación verbal en la zona bonaerense), algunas palabras varían su acentuación y las palabras con "elle" suenan como “ye" y en algunas regiones como “sh”.

Hay diferencias de vocabulario y de morfología entre el español argentino y el uruguayo. Ambos incorporan voces del guaraní: tapir, ananá, caracú, urutaú, yacaré, tapioca, mandioca…

Además se aprovechan ciertas posibilidades propias de la lengua en la extensión del uso de aumentativos y diminutivos: pesitos, cerquita, amigazo, buenazo, grandote…

La frase verbal sustituye el futuro, por ejemplo: voy a ir (por iré), voy a cantar (por cantaré)…

Y en el vocabulario: Lindo (bonito), Pollera (falda), Vereda (acera), Flete (caballo).

El español rioplatense se ha enriquecido con la influencia de los inmigrantes que se asentaron en la zona y también con voces nativas. Entre los grupos inmigrantes se destaca la influencia del italiano y el francés.

En Argentina, se llama lunfardo al argot. En su origen el lunfardo más cerrado comenzó como lenguaje carcelario de los presos para que los guardias no los entendieran. Muchas de sus expresiones llegaron con los inmigrantes europeos (principalmente italianos).

Hoy en día, muchos de los "términos lunfardos" han sido incorporados al lenguaje habitual de toda la Argentina, mientras que gran cantidad de las palabras del lunfardo en su época de arrabal han caído en desuso.

La lengua existe en la medida en que existen los hablantes. El habla es una actividad humana cuyo uso sirve para la comunicación. El habla, que se presenta incluso en algunos textos para evitar cierta formalidad en la lengua escrita, expresa el mecanismo psicofísico del autor. Es un acto de voluntad e inteligencia, individual y diferente de persona a persona. Es cambiante según el paso del tiempo y de la vida moderna.

ARTÍCULO Nº 36 DE EL TRIBUNO

EL LENGUAJE PERIODÍSTICO: NEXO CON LA GENTE

Por Paco Fernández

Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)

Los “errores” en el diario

En el artículo publicado el 28 de junio pasado, hacía referencia a mi intención de participar a los lectores sobre los cambios idiomáticos, aceptados por las academias de la lengua, que se están poniendo en práctica en las ediciones de El Tribuno. El objetivo planteado apuntaba a darles a conocer esas innovaciones llevadas a las páginas del diario, de modo que pudieran justificarse los cambios que fueran apareciendo en ellas.

Lo importante es que El Tribuno ha encarado, con entusiasmo, una etapa de actualización y capacitación para sus periodistas, redactores, editores y correctores, la que se cumple por dos motivos: en primer lugar, por el afán de aspirar permanentemente a la excelencia del trabajo periodístico; pero, además, porque en los últimos tiempos las instituciones normativas de la lengua han puesto en vigencia distintas reglas y recomendaciones, a las cuales es preciso tener en cuenta, en aras de la mentada excelencia.

Por ello se ha considerado necesario que los lectores sean informados sobre innovaciones que encontrarán, de modo que participen del cotidiano “hacer” del periódico, conociendo y comprendiendo lo que en él sucede día a día.

Más de una vez he escuchado apreciaciones, precisamente no positivas, sobre errores que aparecen en sus páginas. Al respecto, debo manifestar que –a pesar de los diferentes niveles de corrección por los que pasan los distintos artículos y del esfuerzo de cada uno de sus actores– es posible encontrar faltas. Recordemos que, hasta libros prestigiosos y científicos, agregan entre sus páginas una sección a la que denominan “fe de erratas”, en la cual consignan desaciertos que han escapado a toda corrección. Convengamos que una edición diaria corre mayores riesgos de que se filtren yerros en sus páginas, habida cuenta de la prisa con la que debe procesarse la información, que muchas veces llega a último momento.

Las dubitaciones en la lengua

He hablado, alguna vez, respecto a los períodos de inseguridad y dubitación que se han dado, y se dan, en el idioma. Si bien estos se han producido, en forma especial y con mayor permanencia, en los primeros tiempos de una lengua, por encontrarse en formación, también es posible apreciarlos en la actualidad, teniendo en cuenta que el instrumento de comunicación es, esencialmente, dinámico y cambiante: cada día se crean nuevas palabras y dicciones y, poco a poco, se incorporan al vocabulario usual, como asimismo hay otras que van desapareciendo. En este contexto, por lo tanto, es fácil que se produzcan, entre los hablantes, dudas en relación con usos correctos. Pero no solo en ellos; también aparecen en la escritura, particularmente en aquella que adolece de tiempo para su revisión prolija.

Tan justificables son esas dubitaciones en los hablantes, cuando las encontramos en las propias instituciones normativas. Hasta hace poco –por dar un ejemplo paradigmático– la RAE establecía que la palabra “Internet” era considerada nombre propio (“Diccionario panhispánico de dudas”, RAE, 2005, página 370), por lo que se escribe con mayúscula inicial. Sin embargo, hace pocos días salió publicado un “avance para la vigésima tercera edición” del DRAE, vigésima segunda edición, a la que pego textualmente:

Artículo nuevo.

Avance de la vigésima tercera edición

internet.

1. amb. Red informática mundial, descentralizada, formada por la conexión directa entre computadoras u ordenadores mediante un protocolo especial de comunicación.

ORTOGR. Escr. t. con may. inicial.



El último renglón se lee: “ORTOGRAFÍA. Escríbese también con mayúscula inicial”. La abreviatura “amb” significa que la palabra puede tener, indistintamente, género masculino o femenino. En cambio, el “Diccionario panhispánico de dudas (2005)”, escribe (pego abajo):

Internet. ‘Red mundial de computadoras u ordenadores interconectados mediante un protocolo especial de comunicación’. Funciona a modo de nombre propio, por lo que, en el uso mayoritario de todo el ámbito hispánico, se escribe con mayúscula inicial y sin artículo: «Instalarán cabinas públicas con acceso a Internet» (Nacional [Ven.] 10.4.97); «Los adictos a Internet hablan sobre sus ventajas sin fin» (Mundo [Esp.] 26.1.97). Si se usa precedido de artículo u otro determinante, es preferible usar las formas femeninas (la, una, etc.), por ser femenino el nombre genérico red, equivalente español del inglés net: «Nadie puede asegurar cómo será la Internet del futuro» (Mundo [Esp.] 15.6.97). En español es voz aguda ([internét]), por lo que debe evitarse la pronunciación esdrújula [ínternet], que corresponde al inglés.

Esto nos da la pauta de que el idioma, sobre todo el hablado, es de naturaleza cambiante y, por lo tanto, son entendibles las dubitaciones arriba referidas.

Sirva esto de explicación para lo que, eventualmente, pueden ver los lectores de El Tribuno en sus páginas (“internet / Internet”, por ejemplo), en una etapa en la que se están evaluando y discutiendo, paulatinamente, los distintos cambios que hay que abordar para adaptarse a ellos, desde la óptica académica, la norma dialectal culta y, también, desde la perspectiva histórica de El Tribuno, que ya ha recorrido más de sesenta años de vida institucional. Es válido reiterar que sus periodistas asumen plenamente la conciencia del rol docente que les cabe, a través de las páginas del diario, por lo que velan cotidianamente para que ese testimonio se mantenga en ellas vigente en todo momento. Todos estamos comprometidos con ello.

ARTÌCULO Nª 35 DE EL TRIBUNO

PILDORITAS PARA UN BUEN HABLAR Y ESCRIBIR

“Palabras extranjeras”

Por Paco Fernández

Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)

Universidad Nacional de Salta

Continuamos apreciando aquellas a las que llamo “pildoritas de la lengua” por su utilidad para el buen uso del idioma. Hoy me referiré a la cantidad apreciable de palabras y dicciones que incorporamos de lenguas extranjeras, en especial del inglés. Es entendible que, al ser un instrumento dinámico y cambiante –pero, asimismo, al tener contacto con otras lenguas, en el caso de compartir fronteras geográficas o hablarse, como en nuestro norte, otras lenguas aborígenes–, constituye un hecho de la realidad recibir términos y usos que provienen de otros idiomas, a veces por necesidad, otras por razones de prestigio y gusto de los hablantes.

El dinamismo de la lengua hablada

Existen dos motivos principales por los cuales, en la actualidad, se ha incrementado el ingreso de estas voces al castellano, además de las causas habituales que, hasta hace casi un siglo, motivaban dicho ingreso. En primer lugar, el avance de la ciencia y de la tecnología que día a día se acelera más aún, ha determinado que, también a diario, se note, en especial, el uso avasallante de anglicismos en español. En segundo lugar, la “hipercomunicación” que vivimos nos permite enterarnos más rápidamente de los cambios y avances que se producen en otros lugares, lo cual se refleja en la lengua. Antiguamente, antes de que tuviéramos la posibilidad de comunicarnos asiduamente, como nos pasa ahora, con nuestros semejantes, un cambio en la lengua demoraba un tiempo considerable: en ocasiones se trataba de años y hasta siglos. Sin embargo, en la actualidad, cuando un usuario (sobre todo si es un comunicador social o alguien relacionado con los medios televisivos o radiales) realiza una propuesta de cambio en la lengua (crea una palabra o una dicción), gracias a la rápida difusión y, sobre todo por el prestigio que ese personaje pueda tener en la comunidad, dicho cambio es difundido y aceptado casi inmediatamente. Por otra parte, hoy existe una conciencia más permisiva con respecto a las normas lingüísticas, lo que contribuye a esa rapidez.

Los extranjerismos

Recordemos algunas de estas palabras –todas están registradas en el “Diccionario panhispánico de dudas” de la RAE (2005)– que se han fijado en la memoria de los usuarios. Una de ellas es “aerobics”, voz inglesa que significa ´técnica gimnástica consistente en realizar ejercicio físico aeróbico al ritmo de la música´: ella posee su acepción castellana (´aeróbic´ o ´aerobic´). La primera es más frecuente (por lo que se la recomienda) y la segunda es aguda [´aerobík´, según su transcripción fonética]. Otra es “air-bag”, dispositivo de seguridad para los automóviles. La Academia recomienda escribirla ´airbag´ y pronunciarla tal como se escribe, con acento agudo en la última sílaba. “Baby-sitter”, debe sustituirse por “niñera”, aunque es usada en la conversación, por lo general. “Ballet” es voz francesa que pasó a nuestro idioma con idéntica escritura, por lo que debe escribírsela entrecomillada o con cursiva. También recomienda la castellanización ´balé´. “Ballottage”, francesa y en estos días muy usada, tiene su castellanización como ´balotaje´. Otra francesa es “beige”, para la que se recomienda la forma españolizada ´beis´, tanto para singular como para plural. “Blues”, término inglés que se pronuncia [blús], ha castellanizado como ´blus /bluses´. “Body” (´prenda ajustada de una sola pieza´) ha sido adaptada como ´bodi / bodis´, por lo que hay que preferirla. El anglicismo “by-pass”, por otra parte, debe escribirse castellanizado como ´baipás´, a la vez que el galicismo “cabaret”, tiene su correspondiente en nuestra lengua como ´cabaré´. “Blue jean” posee su contraparte en español, que es ´vaquero (pantalón)´, por lo que debe evitarse en la escritura formal.

Hay muchas palabras procedentes del inglés y pertenecientes a la jerga deportiva que han sido castellanizadas, por lo cual deben usarse de esa forma, como las siguientes: ´cácher´, por “cátcher”; ´cadi´, por “caddie / caddy”; ´rugbi´, por “rugby”, por lo que, quien practica este deporte, se denomina ´rugbista´. En lo que respecta a “round”, se recomienda suplir por la palabra ´asalto´.

En relación con palabras inglesas que son muy utilizadas en su forma original, el Diccionario citado recomienda lo siguiente: “short”, por ´pantalón corto´ (dice que en Venezuela se usa ´chor / chores´); “shampoo”, como ´champú´; “shopping” corresponde a ´centro comercial´; para “showman” debe usarse su traducción: ´animador´ o ´presentador´; a “show” lo considera un anglicismo innecesario, por lo que recomienda usar ´espectáculo´. En lugar de “sexy” debe usarse ´sexi´, pluralizándolo como ´sexis´. En lugar de “camping”, palabra de gran uso popular, existe su castellanización como ´campin / cámpines´, aunque está la genuina palabra ´campamento´ desde siempre, a la que se recomienda adherir. En cuanto a la selección de actores para el reparto de una película, “casting”, se ha castellanizado como ´castin´.

Un término inglés, “calcado” en español, que se ha introducido recientemente, es “casual”, con el sentido de “ropa informal, esporádica u ocasional”. Tal como dice la Academia, “Debe evitarse su uso con los sentidos de ´informal´ y ´esporádico u ocasional´, calcos semánticos censurables del inglés ´casual´”.

Por fin –razones de espacio limitan este tema que podría extenderse al infinito–, una palabra muy utilizada en el ámbito ciudadano es “container”, con su pronunciación inglesa como ´conteiner´, referida a un recipiente de grandes dimensiones para el almacenamiento y transporte de mercaderías. La norma aclara que su uso es innecesario porque existe, en español, la voz ´contenedor´, por lo cual hay que optar por esta y no por la palabra inglesa. Asimismo, el término tan utilizado, en la actualidad, “disc jockey” debiera escribirse, ya castellanizado, como ´disyóquey´. Hay gente, entre ellos muchos especialistas, que se resisten a incorporarla.

En síntesis

1) Anglicismo: palabra que proviene del inglés

2) Galicismo: del francés

3) Anglicismos no recomendables: “Blue jean” (debe ser ´vaquero´); “show” (espectáculo); “shopping” (´centro de compras´); “casual” (no usar con el sentido de ´informal´); “container” (´contenedor´); “showman” (´conductor´, ´animador´).

4) En todos los casos en los que deba escribirse una palabra extranjera, en general, habrá que destacarla con letra cursiva o con comillas.

ARTÍCULO Nº 34 DE EL TRIBUNO

PILDORITAS PARA UN BUEN HABLAR Y ESCRIBIR

Por Paco Fernández

Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)

Universidad Nacional de Salta

En mi anterior entrega número 33, abordé la correcta escritura de los números, según las últimas normas de la “Ortografía de la lengua española” de la RAE, como asimismo lo referido a la expresión “sentar en las faldas de alguien”. En esta ocasión me abocaré a la acentuación de palabras, cuyas reglas son distintas de las generales, muy conocidas. Estas dicen que: 1) las palabras acentuadas en la última sílaba (agudas), llevan tilde cuando terminan en -n, -s o vocal (camión, aguarrás, papá); 2), las que llevan en la penúltima (graves o llanas), tienen la tilde cuando no terminan en -n, -s o vocal (árbol, César; pero, examen, casas, mambo, nunca llevan); 3) las acentuadas en la antepenúltima, y en la anterior (esdrújulas y sobreesdrújulas), siempre llevan tilde (estúpido, tránsfuga, déjeselo).

Acentuación diacrítica

Esta palabra rara alude a aquellas que se escriben y pronuncian de igual forma pero que, según lleven la tilde o no, tienen distinto significado: tú, pronombre personal (Tú eres bueno) lleva tilde, pero tu, pronombre posesivo, no la lleva (Tu bicicleta me encanta); él, pronombre personal (Él se porta bien) y el, artículo (Me duele el pecho); sí, afirmativo (Le dije que sí), sí, pronombre personal (Solo se ama a sí mismo) y si, condicional (Iré si Héctor no va); mí, pronombre personal (El regalo es para mí) y mi, pronombre posesivo (Mi madre es única); té, sustantivo (Lo invitaron a tomar el té) y te, pronombre personal (Yo te quiero mucho); sé, primera persona del singular del presente de indicativo de saber (Sé que te va a gustar) y se, pronombre personal (Ella se golpeó la cabeza); más, adverbio de cantidad (Uno más uno es igual a dos) y mas, conjunción adversativa (Llegó, mas [pero] no pudo verlo); dé, primera y tercera personas del singular del presente de subjuntivo de dar (Le dije que te dé el libro) y de, preposición (Casa de madera); qué, interrogativo (¿Qué querés?) y que, pronombre y conjunción (El que viene es Javier; y Quiero que vengas); cuál, interrogativo (¿Cuál libro comprarás?) y cual, pronombre y adverbio (Juan, el cual [que] era gordo, no pudo pasar; y El avión vuela cual [como] ave en el cielo); quién, interrogativo (¿Quién es ese?) y quien, pronombre relativo (Quien llegue tarde, no pasará).

Además de estas, que son monosilábicas (de una sola sílaba), hay otras palabras de más de una sílaba que tienen la tilde diacrítica: aún, adverbio temporal (Aún [todavía] no llegó) y aun, adverbio (Aun [hasta, también, incluso] los tontos se dan cuenta); cuándo, interrogativo (¿Cuándo volverás?) y cuando, adverbio temporal (Cuando pueda); dónde, interrogativo (¿Dónde queda eso?) y donde, adverbio de lugar (Está donde él vive); cuánto, interrogativo (¿Cuánto cuesta?) y cuanto, adverbio de cantidad (Cuanto más te esfuerces, más ganarás); cómo, interrogativo (¿Cómo te va?) y como, adverbio de modo (Me va como la mona). Cabe aclarar que a este grupo de palabras pertenece, también, el adverbio y adjetivo sólo / solo, del que hablé en el artículo anterior. Aunque no todas, pero estas son las principales palabras que, según lleven o no tilde, tienen significados distintos.

Importancia del acento en castellano

Según habrán podido apreciar, el acento, en nuestro idioma es capaz de cambiar el sentido a muchas palabras, lo cual es propio de algunos idiomas, como el inglés, por ejemplo: no todas las lenguas poseen este recurso. De allí que es fundamental, por supuesto en la escritura, colocar las tildes siempre que sea necesario hacerlo. No es lo mismo, en efecto, una secretaría, que una secretaria: la primera palabra se refiere al lugar en el que trabaja la secretaria y, la segunda, a la persona que ejerce ese cargo.

Está claro que esto no es aplicable a la conversación o a la lengua hablada. Ningún hablante se equivoca al utilizar una palabra que pueda tener doble significación, según la acentuación que posea. Salvo, por supuesto, que quiera confundir a quien habla o que se dirija a él de una manera irónica o contando un chiste. En estos casos, la lengua oral, como todos sabemos, es muy elocuente en boca de cualquier hablante, incluso de aquellos que nunca han estudiado ni concurrido a una escuela. Todos somos capaces de expresarnos adecuadamente en cualquier circunstancia comunicativa que nos toque encarar. En el caso de los acentos, la entonación se encarga de trasmitir nuestros pensamientos de la manera más fiel que pueda imaginarse.

Sintetizando…

Reglas de acentuación: 1) Palabras agudas: terminadas en -n -s o vocal

2) Graves o llanas: no terminadas en-n -s ni vocal

3) Esdrújulas y sobreesdrújulas: siempre

Acento diacrítico: aún (todavía) – aun (hasta, incluso, también)

tú (personal) – tu (posesivo)

él (personal) – el (artículo)

té (sustantivo) – te (personal)

dé (verbo) – de (preposición)

mí (personal) – mi (posesivo)

sé (verbo saber) – se (pronombre)

más (cantidad) – mas (pero)

qué (interrogativo) – que (conjunción)

quién (interrogativo) – quien (pronombre no interrogativo)

ARTICULO Nº31 DE EL TRIBUNO

EL LENGUAJE PERIODÍSTICO: NEXO CON LA GENTE (II)

Por Paco Fernández

Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)



Tal como lo había prometido en mi artículo publicado el martes 14 de este mes, hoy voy a referirme a algunos otros usos que se están poniendo en práctica en las distintas ediciones de El Tribuno. El motivo: participar a nuestros lectores sobre dichos cambios, con el objeto de que puedan conocerlos, pero además saber a qué se deben ciertos cambios que podrán apreciar en estas páginas.

Había informado, en dicha oportunidad, sobre dos cuestiones lingüísticas recientemente adoptadas por la Academia: las nuevas normas de uso del prefijo “ex” y, por otra parte, las referidas a las siglas, signos que, especialmente en la actualidad, tienen un gran uso en nuestra lengua escrita, debido al ahorro de espacio y de tiempo que implican. Por lo tanto, en estas oportunidades me ocuparé, en forma particular, de usos referidos a la lengua escrita, la cual está instalada en la actividad cotidiana de la mayoría de las personas.

“Solamente” y “solo”

Como sabemos, hay dos posibilidades para la interpretación de la palabra “solo”: una, como adjetivo masculino singular; esta significa que un ser está solo, no acompañado. En tal caso, nunca lleva tilde. En cambio, cuando la palabra “solo” se trata de un adverbio de modo, que corresponde a “solamente” o “únicamente”, hasta no hace mucho tiempo atrás llevaba lo que denominamos una “tilde diacrítica” (es decir, un acento distintivo) para diferenciarla del adjetivo. En una palabra: quedaba claro que, cuando estaba con acento, era un adverbio; en cambio, cuando no lo llevaba, era un adjetivo. Sin embargo, desde la edición de la “Ortografía de la lengua española” de la RAE, publicada en 1999, esta Institución decidió que el adverbio únicamente llevara el acento si se producía una “ambigüedad”, es decir, si daba lugar a dudas respecto a que, en la oración, se lo identificara como un adverbio o como un adjetivo. Me remito a los ejemplos para aclarar esta situación. Cuando digo: “Solo vino ella; no llegó su marido”, no existe duda alguna respecto a que “solo” es un adverbio, que puede ser sustituido por “solamente”. Distinto sería si en la oración se leyera: “Sola vino ella; no llegó su marido”. En ese caso, hay un adjetivo en femenino que, evidentemente, no entra en esta cuestión.

Sin embargo, examinemos estos dos ejemplos: “Pasaré solo este verano aquí”. Si no coloco la tilde, se interpretará que el sujeto pasará el verano solo, sin compañía. En cambio, si coloco el acento, me refiero inequívocamente al adverbio: “Pasaré sólo el verano aquí”, significando que el sujeto solamente pasará el verano en ese lugar, no refiriéndose a que estará en soledad. Comprobamos que, en este caso, debemos acentuar la palabra cuando se trata de un adverbio, dado que de otro modo tendremos un significado distinto. Por lo tanto, a pesar de que está permitido el acento en el caso de que “solo” sea un adverbio, recomienda la Academia ponerlo en el adverbio únicamente cuando se produzca una duda respecto a si es adverbio o adjetivo. En los otros casos, no se lo coloca.

“El presidente le dijo a los periodistas”

Al ejemplo que titula este uso, examinándolo con detenimiento, le descubrimos un grosero error de concordancia. Efectivamente: el presidente se dirigió no a un periodista, sino a varios. Por lo tanto, el “le” tendría que haberse colocado en plural (“les dijo a los periodistas”), ya que con el singular hay una evidente falta de concordancia: “le” en singular y “periodistas” en plural. Este error es muy común al escribir, dado que lo tenemos instalado en nuestra lengua oral. Si fuéramos capaces de examinarnos, en nuestra conversación espontánea, descubriríamos que, en más de una oportunidad, nos ahorramos la “s” que le corresponde. Lo grave es cuando a este error lo trasladamos a la lengua escrita formal, en la cual es imperdonable.

Por eso, un consejo práctico: cuando utilicemos este pronombre “le” en una oración escrita, controlemos inmediatamente si el sustantivo al que se refiere (que en muchas ocasiones no está cerca del pronombre) está en plural o en singular. En el primer caso, debemos corregir, colocando la “s” al pronombre. De ese modo, evitaremos un error que se desliza fácilmente. Estadísticamente, este es uno de los errores que más se encuentra en los escritos de todo tipo, razón por la cual debemos evitarlo. Lo importante, para prevenirlo (pero no solo a este, sino a muchos otros), es imponernos la costumbre de revisar o releer nuestros escritos, en forma minuciosa, al menos dos veces luego de redactarlos. Esto garantizará, seguramente, que a nuestra redacción pueda leerla cualquiera sin descubrir un solo error.

La puntuación: un escollo para el redactor

Por supuesto que hay muchas otras situaciones en la redacción que demandan aún una mayor atención de parte de quien la escribe. Esto se da, en forma especial, en la puntuación de un escrito. En mi estadística de lecturas, la puntuación arroja un porcentaje quizá más importante que el anterior. De allí que requerirá de una atención más pormenorizada por parte de quien escribe. Pero, asimismo, de un ejercicio permanente de lectura de textos correctos, para aprender y asimilar más fácilmente esta cuestión por parte de gente que la domina cabalmente.

Sobre el problema de la puntuación –que implica un conocimiento mayor de reglas y una práctica muy atenta al redactar, dado que es más complicado– volveré, con mayor detenimiento, en la próxima oportunidad. Hoy solo quiero dejar un consejo muy práctico, que es la base para adquirir el dominio de la puntuación en un escrito, sobre todo en lo que se refiere al uso de la coma, el signo que requiere un mayor dominio, por su complejidad. Se trata de realizar una lectura del escrito que estamos realizando, o que ya hemos concluido, con la entonación natural que utilizamos todos los días cuando hablamos con nuestros interlocutores: cuando bajamos la voz, nunca debemos colocar una coma, sino un punto, un punto y coma o dos puntos. Mientras esperan mi próxima entrega, hagan la pruebe y verán que es importante esta práctica.

miércoles, 3 de agosto de 2011

RASGOS GENERALES DEL ESPAÑOL DE AMÉRICA

El español de América I.- Rasgos generales | II.- Rasgos lingüísticos: plano fónico - plano morfosintáctico - plano léxico-semántico
El Español:
■Lenguas de España
■El español de América
■Lengua, dialecto, diglosía...
I.- Rasgos generales
■Siglo XV: descubrimiento de América y expulsión de los judíos expansión del castellano

■La existencia de lenguas amerindias precolombinas (guaraní, quechua, inca, maya)

■El origen peninsular de los conquistadores y colonizadores influye en el español que se va a hablar tras la
■Colonialización (variantes del castellano en la Península: andaluz, extremeño, canario)

■El mestizaje con las lenguas amerindias es favorable al castellano (en general)

■Se conservan ciertas palabras de origen indígena

■Las principales variantes zonales: Caribe, Colombia, Méjico, Chile, Argentina, ...

■Cada vez es mayor la influencia del inglés norteamericano

■El castellano hablado en América no es uniforme (hablas locales y dialectales)

■Variedades diatópicas (lugar), diastráticas (clase social) y diacrónicas (evolución histórica)
II.- Rasgos lingüísticos
1.- Plano fónico
■El seseo: realización de los fonemas /s/ y /z/ como /s/: casar y cazar como casar

■El ceceo: realización del fonema /s/ y /z/ como si fueran un único fonema /z/: casar y cazar como cazar

■El yeísmo: realización de los fonemas /y/ y /ll/ como si fueran un mismo fonema /y/: [kayar]

■Pérdida o alteración de /r/ y /l/: "cuerpo" "cuelpo"
2.- Plano morfosintáctico (gramatical)
■Voseo: pronombre vos en lugar de tú para la segunda persona

■Uso frecuente del diminutivo: "andandito"

■Adverbialización de adjetivos: "se ha comportado fino"

■Formación de femeninos analógicos: "tigra" en vez de "tigresa"

■Formación de oraciones completivas con de que: "Pienso de que no vino"

■Uso exclusivo de acá por aquí y de allá por allí
3.- Plano léxico - semántico
■Frecuente uso de la perífrasis

■Uso frecuente de arcaísmos

■Recurso a la derivación / vulgarismos

■Extranjerismos

■Influencia de las lenguas indígenas: objetos desconocidos se denominaban por las voces indígenas

ZONAS DIALECTALES

La división del español de América en zonas dialectales

Roberto Hernández Montoya

Este texto forma parte de la serie sobre lenguaje presentada en
Gramática imaginaria

La clasificación de zonas dialectales presenta las mismas dificultades que ofrece la clasificación de las lenguas: ¿qué criterio emplear? A poco que se aventure uno en esta labor, si se es riguroso, comienzan a desplomarse las convicciones una tras otra, pues no parece haber una coherente distribución de rasgos que permitan ubicar las lenguas —y los dialectos— según conjuntos de atributos estructurados.

Comenzando por el concepto mismo de ‘dialecto’ en tanto que opuesto a ‘lengua’, las dificultades son enormes. En su prolijo examen sobre el asunto, Eugenio Coseriu deslinda ambos conceptos así:

Hay, entre «lengua» y «dialecto», diferencia de estatus histórico (real o atribuido): un «dialecto», sin dejar de ser intrínsecamente una «lengua», se considera como subordinado a otra «lengua», de orden superior. O, dicho de otro modo: el término dialecto, en cuanto opuesto a lengua, designa una lengua menor distinguida dentro de (o incluida en) una lengua mayor, que es, justamente, una lengua histórica (un «idioma») [1]. Una lengua histórica —salvo casos especiales— no es un modo de hablar único, sino una «familia» histórica de modos de hablar afines e interdependientes, y los dialectos son miembros de esta familia o constituyen familias menores dentro de la familia mayor (Sentido y tareas de la dialectología, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1982, p. 11-12).

Por fortuna no tenemos que enfrascarnos en una consideración hamletiana de esta naturaleza en la medida en que las variantes del español americano pertenecen a una lengua histórica común, el llamado español general, tanto como pertenecen a él las variantes peninsulares. Esas variantes son la realización del sistema general del castellano, con tanta validez la una como la otra, a pesar de que persiste en la mayoría de los hablantes la idea imperialista de que la forma «central» y «verdadera» de hablar el español es la de España, más específicamente Madrid, tanto como hay gente que piensa que el «verdadero» inglés es el de Inglaterra. Es un criterio geopolítico totalmente ajeno a la lingüística pero que sigue siendo profesado pertinazmente por instituciones políticas disfrazadas de lingüísticas como la Real Academia. Esto no es nada extraño, pues la lingüística, como la geografía, ha sido siempre una rama de la política, algo de lo que los lingüistas no siempre logran hacerse conscientes y mucho menos desembarazarse. Cuando un lingüista menoprecia un modo de hablar por considerarlo, digamos, «rústico», está haciendo política y no lingüística. Cuando se limita a estudiar la «norma culta» (sea lo que sea que eso de «culto» signifique) está haciendo política. Y de la peor.

Aparte de esto conviene observar que no se encuentran en América dialectos tan separados del tronco común como para que franqueen el límite de la mutua comprensión. Por grandes que sean las dificultades, nunca son insalvables. No parece haber, pues, diferencias radicales ni diatópicas ni diastráticas ni diafásicas [2].

La clasificación de Henríquez Ureña parece más política que lingüística, aunque algunas asociaciones nos luzcan obvias: el Caribe hispánico parece tener algunos rasgos comunes: debilitamiento, aspiración o pérdida de -s final, neutralización r/l, predominio del tú en el trato, etc. Pero, aun en esta zona tan aparentemente homogénea, ¿cómo hacemos con las siguientes diferencias, entre muchísimas que podríamos citar?:

la aspiración de la r en el Oriente venezolano ([kah'ne] por carne) o
la geminación de consonantes posteriores a -r- junto a la pérdida de esta en Cuba ([ba'b:aro] en lugar de bar'baro]) o
la vocalización de la -r en Cuba, República Dominicana, Puerto Rico y Colombia ([kome'i] en lugar de comer)?
¿Qué hacemos con el Zulia (Venezuela), donde predomina el voseo? ¿Queda por ello el Zulia excluido del área del Caribe?
¿Es igual la neutralización r/l en todo el ámbito del Caribe?
¿Cómo hacemos con la labilidad de los cambios? Porque andando los años estas cosas suelen variar.
Dadas estas inconsistencias, ¿cabe hablar de zonas dialectales? Una vez más nos hallamos de frente con la complejidad del lenguaje. Cuando se intentó clasificar las lenguas en aglutinantes, desinenciales o qué sé yo, se presentó el grave inconveniente de las variaciones diacrónicas. Ni siquiera un criterio más o menos «seguro» como la genealogía permite la vinculación de una lengua madre con una hija, por ejemplo. El latín tiene casos morfológicos marcados en superficie y el español, su descendiente, no. ¿Es la presencia de casos un rasgo pertinente para clasificar las lenguas? De ser así el alemán y el latín estarían más emparentados entre sí que el latín y el español. ¿Es el léxico un criterio? En ese caso el inglés formaría más familia con el francés que con el alemán o el noruego. Además, el inglés tuvo género y casos en tiempos remotos. ¿Pertenecía entonces a una familia y ahora a otra?

Creo que la solución de este problema no es abandonar todo esfuerzo de clasificación, sino admitir la complejidad del objeto, evitando imponerle un método simplista. Es decir, me parece que más bien conviene promover diversos criterios según la pertinencia de cada quehacer lingüístico, según lo que se esté buscando. Se pueden así promover principios fonéticos como la neutralización r/l para encontrar una isoglosa, por ejemplo. O una prevalencia léxica, o el uso del voseo, o la vinculación de dos o más criterios, si ello no resulta trivial, es decir, como mera coincidencia, sino que esos dos o más principios comprobadamente se interdeterminan de alguna o muchas maneras. No tiene sentido, me parece, erigir un solo criterio como cartabón universal, pues ello nos obligaría a hacer clasificaciones absurdas, como que el español hablado en Chiapas, Centroamérica y en regiones de Colombia, el Río de la Plata y Venezuela es el mismo porque en esos lugares se vosea...

El que babelice buen babelizador será
No adolecemos de dialectos, aunque sí de institutos dialectológicos.
Jorge Luis Borges

Desde el comienzo de la vida independiente de Hispanoamérica ha sido preocupación la posible babelización del continente hispanohablante, tomando como modelo de ese apocalipsis lingüístico la dispersión del latín en las actuales lenguas romances.

En primer lugar está la del cubano Juan Ignacio de Andrade, reelaborada por Pedro Henríquez Ureña en 1921 en cinco zonas, a partir de criterios históricos, según períodos de colonización:

Zona I: suroeste de los Estados Unidos, México y Centroamérica.
Zona II: las costas e islas del Caribe.
Zona III: altiplanicies andinas.
Zona IV: Chile.
Zona V: los tres países rioplatenses.
Provisionalmente me arriesgo a distinguir en la América española cinco zonas principales: primera, la que comprende las regiones bilingües del Sur y Sudoeste de los Estados Unidos, México y las Repúblicas de la América Central; segunda, las tres Antillas españolas (Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana, la antigua parte española de Santo Domingo), la costa y los llanos de Venezuela y probablemente la porción septentrional de Colombia; tercera, la región andina de Venezuela, el interior la costa occidental de Colombia, el Ecuador, el Perú, la mayor parte de Bolivia y tal vez el Norte de Chile; cuarta, la mayor parte de Chile; quinta, la Argentina, el Uruguay, el Paraguay y tal vez parte del Sudeste de Bolivia. El carácter de cada una de las cinco zonas se debe a la proximidad geográfica de las regiones que las componen, los lazos políticos y culturales que las unieron durante la dominación española y el contacto con una lengua indígena principal (1, náhuatl; 2, lucayo; 3, quechua; 4, araucano; 5, guaraní). El elemento distintivo entre dichas zonas está, sobre todo, en el vocabulario; en el aspecto fonético, ninguna zona me parece completamente uniforme (Pedro Henríquez Ureña, «Observaciones sobre el español de América», Revista de Filología Española, VIII (1921), 357-361).

Delos Lincoln Canfield propuso otra clasificación basada en criterios fonológicos ordenados según los períodos de colonización:

I: transplante temprano: Arizona, California, México, Guatemala, Costa Rica y la región andina alta.
II: colonización del siglo XVII: Nuevo México, El Salvador, Honduras, Nicaragua, norte y sur de Chile y la región rioplatense.
III: desarrollos lingüísticos más recientes (ca. 1700): la Florida, Puerto Rico, República Dominicana, Panamá, costas caribes de Suramérica, norte de la costa pacífica y centro de Chile.
En 1964 José Pedro Rona criticó la clasificación de Pedro Henríquez Ureña y propuso una basada en criterios puramente lingüísticos. Orlando Alba lo refiere así:

Probablemente son las formuladas por José Pedro Rona las críticas más severas y coherentes que ha recibido la zonificación de Henríquez Ureña:

No son solamente cinco las grandes familias lingüísticas americanas. Además de las citadas por Henríquez Ureña también han estado en contacto con el español las lenguas mayas, la tarasca, la cacana, la pampa, la aymara, entre otras.
La distribución geográfica de las lenguas indígenas no es la que menciona el autor. El guaraní no actuó sobre toda la Argentina, Uruguay y Paraguay, sino únicamente sobre la parte nordoriental de esta zona. En el resto hubo y hay influencia quechua, mapuche, aymara, etc.
La diversificación dialectal americana no se produjo por la acción de substrato de las lenguas indígenas sobre un español. Aduce Rona que a América no llegó un «español», sino un conjunto de hablantes hispánicos que hablaban dialectos hispánicos ya diferenciados de antemano.
El criterio mismo de clasificación utilizado por Henríquez Ureña es inadecuado. Si los dialectos son hechos lingüísticos y objetivos, su determinación debe basarse en criterios objetivos y en la observación de la realidad lingüística, no en hechos extralingüísticos. Henríquez Ureña se basa en un presupuesto subjetivo: la mezcla del español con lenguas indígenas. Esta es una suposición no verificada mediante el estudio y la observación de la lengua. Por otra parte, se apoya en un hecho extralingüístico ya que lo que sí hubo en algunas zonas fue mezcla de población, pero éste es un hecho etnológico o sociológico, no lingüístico (Orlando Alba, «Zonificación dialectal del español en América», en César Hernández Alonso, Historia presente del español de América, Pabecal: Junta de Castilla y León, 1992, p. 67-68).
Rona tomó en cuenta únicamente los elementos estructurales: dos de fonología (el yeísmo y el z^eísmo —la y tal como se realiza en la Argentina y el Uruguay) y uno en su aspecto morfosintáctico (el voseo) y morfológico (la forma del voseo). Resultan así 16 zonas para el territorio del español en América y siete más para las varias mezclas del español con otros idiomas (dos con el inglés, cuatro con el portugués y una con el quechua).

ZONA YEÍSMO Z^EÍSMO VOSEO FORMA
México (excepto los Estados de Chiapas, Tabasco, Yucatán y Quintana Roo), Antillas, la costa atlántica de Venezuela y Colombia, mitad oriental de Panamá. sí no no -
Los estados mexicanos citados, con América Central, incluida la mitad occidental de Panamá sí no no -
Costa pacífica de Colombia y el interior de Venezuela sí no sí C [3]
Zona andina de Colombia no no sí C
Zona costera de Ecuador sí sí sí C
Zona serrana de Ecuador no sí sí B
Zona costera del Perú, excepto Sur sí no no -
Zona andina del Perú no no no -
Zona meridional del Perú sí no sí
Norte de Chile, noroeste de la Argentina y los departamentos bolivianos de Oruco y Potosí no no sí B
El resto de Bolivia no no sí C
Paraguay (excepto la zona de Concepción) y las provincias argentinas de Misiones, Corrientes y Formosa no sí sí C
El centro de Chile sí no sí B
El sur de Chile y una pequeña porción de la Patagonia argentina no no sí B
Las Provincias «gauchescas» de la Argentina (aproximadamente Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, La Pampa, Río Negro, Chubut y hasta la Tierra del Fuego) y el Uruguay (excepto la zona ultraserrana y la fronteriza) sí sí sí C
Zona ultraserrana del Uruguay (departamentos de Rocha y Maldonado y parte de Lavalleja y Treinta y Tres) sí sí no -


Juan C. Zamora Munné y Jorge M. Guitart proponen nueve zonas, según tengan o no tres rasgos:

Número Zonas aspiración y pérdida o conservación de -s realización velar de j o alófono glotal voseo presente o ausente y convivencia con el tuteo
1 Antillas, costa oriental de México, mitad oriental de Panamá, costa norte de Colombia, Venezuela (menos la cordillera). pérdida glotal tuteo
2 México (sin costa oriental y frontera con Guatemala) conservación velar tuteo
3 Centroamérica y fronteras con México pérdida o aspiración glotal voseo
4 Colombia (sin las costas), cordillera de Venezuela conservación glotal voseo
5 Colombia (costa pacífica) y el Ecuador aspiración o pérdida glotal tuteo y voseo
6 Perú (costa, excepto extremo sur) aspiración o pérdida glotal tuteo
7 Ecuador y Perú (salvo lo indicado en 6), noroeste de Argentina, centro de Bolivia conservación velar tuteo y voseo
8 Chile aspiración o pérdida velar tuteo y voseo
9 Río de la Plata, oriente de Bolivia y Argentina (salvo noroeste) aspiración o pérdida velar voseo


Philipe Cahuzac propone otra clasificación, basada en los nombres que recibe el ‘campesino’ en distintas regiones:

1 México, América Central y el Caribe
2 México y sur de los Estados Unidos charro
3 América Central cimarronero, concho, campiruso...
4 Antillas goajiro, campuno
5 Venezuela y Colombia llanero, sabanero...
6 Ecuador, Perú, Bolivia chacarero, montubio...
7 Río de la Plata gaucho, campero...
8 Chile huaso...


Carlos A. Solé comenta lo siguiente sobre esta clasificación de Cahuzac:

La falta de precisión en el establecimiento de los hechos léxicos debilita tal intento de clasificación, aparte de lo difícil de basar cualquier división en zonas dialectales usando como único criterio el fenómeno léxico (C. A. Solé, Bibliografía sobre el español de América, en prensa).

En conclusión, el establecimiento de fronteras que definan con aceptable precisión las «zonas dialectales» de Hispanoamérica parece, sobre todo en la actualidad, una tarea vana e imposible. Según se ha observado, todos los intentos de división realizados hasta ahora resultan a todas luces insatisfactorios. No se trata de un hecho casual.

Dos tipos de razones, una de naturaleza teórica y otras de orden práctico, motivan esta realidad. Si la variación, no sólo la diatópica sino también la diastrática y la diafásica, es un rasgo inherente de la estructura de todo sistema lingüístico, parece inevitable que toda propuesta de demarcación o zonificación sea siempre arbitraria y su resultado, en consecuencia, inaceptable. [...] En este sentido, desde el punto de vista teórico toda zonificación implica una simplificación que desnaturaliza y oculta parcialmente la realidad.

[...]

Según anota Resnick el uso de 25 rasgos generaría 67.149.824 unidades dialectales (Orlando Alba, «Zonificación dialectal del español en América», en César Hernández Alonso, Historia presente del español de América, Pabecal: Junta de Castilla y León, 1992, p. 80).

Por ese camino, añadiendo rasgos, podríamos terminar teniendo más unidades dialectales que hablantes. No sería verdadero, pero cumpliría con el mérito primordial de satisfacer ciertas manías academicistas, que tanto sueldo generan. Más de un viaje a un congreso se ganaría con ello.

Por último, valdría tal vez la pena reparar en la sugerencia de Ramón Menéndez Pidal en la consideración sobre las tierras de la flota y las tierras interiores de América:

la tradicional denominación de «tierras altas» y «tierras bajas», usada en la dialectología hispanoamericana, debe rechazarse como engañosa y que en su lugar debe decirse tierras marítimas o «de la flota» y tierras interiores, destacando la situación favorable de las tierras que están en contacto regular con la flota de Indias que zarpaba dos veces al año. Esa flota se carenaba, se equipaba, se cargaba y se despachaba en Sevilla y en San Lúcar; su alistamiento obligaba a todo viajero indiano a permanecer en Andalucía una temporada (casos hubo, como el de 1552, en que toda la flota con sus 64 navíos estuvo detenida diez meses por avería de las naves y todo el numeroso pasaje vagando en Sevilla y en Cádiz). Pues estas numerosas naves de cada flota iban anualmente cargadas de andalucismo y lo repartían por las costas de América donde aportaban (Ramón Menéndez Pidal, «Sevilla frente a Madrid», Miscelánea homenaje a André Martinet, v. III, Tenerife: Universidad de la Laguna, 1962, p. 142-43).

Habla bien el que habla como yo
Junto a las diferencias diatópicas están las distráticas. Los niveles sociales suelen implicar niveles de lengua. Estos desniveles vienen señalándose desde tiempos muy antiguos. Son divertidas las controversias que a este respecto sostenían Don Quijote y Sancho Panza. ¿Qué significan estas diferencias?

En primer lugar nuestra capacidad humana de articular rasgos diferenciales de cualquier tipo en cualquier soporte significante. El ser humano tiene una capacidad proteica para fundar sus diferencias en los elementos distintivos más diversos, entre ellos la lengua, pues «el género humano es un género de amigos y enemigos» (Jaime Jaramillo Escobar). Esto es, el hombre suele articular sus clasificaciones de los mundos sociales —clases sociales, regiones, sexos, edades, profesiones, ideologías, etc.— sobre elementos que pueden sorprender. Por algo Jonathan Swift se burlaba de los liliputienses que iban a la guerra por cuestiones que Swift consideraba baladíes: unos usaban tacones y lo otros no; unos cascaban el huevo por el medio y otros por la punta... «La lengua es un marcador de la identidad de grupo, pero también se ha señalado que no es esencial para la identidad continuada. El ejemplo que se suele citar es el del irlandés Bernard Shaw, quien decía que Inglaterra e Irlanda eran dos países divididos por la misma lengua» (Yolanda Lastra, Sociolingüística para hispanoamericanos, México: el Colegio de México, 1992, p. 382). En esto el lenguaje cumple funciones que van más allá de la referenciación, de la semántica vinculada al simple significado de las palabras. Hay, además, en la textura misma del lenguaje, en su fonética, en su morfosintaxis, en su léxico, rasgos distintivos de clase, de región, de sexo, de edad, de nacionalidad. Es precisamente el objeto de estudio de la dialectología y de la sociolingüística. Y también del análisis del discurso. En el lenguaje se articula, como en otros conjuntos significantes, lo que Pierre Bourdieu ha llamado la ‘distinción’ (La distinction. Critique sociale du jugement, París: Éditions de Minuit, 1979). Son rasgos que se oponen de un modo análogo a como se oponen los fonemas. Así, ciertas pronunciaciones, cierto léxico, ciertos usos morfosintácticos ubican en una clase social, permiten clasificar a cada hablante con su medio, sea que el eje de articulación, el eje de variaciones sistemáticas, como dicen ciertos análisis de discurso, sea la clase social, la edad, el oficio, la ideología. Somos capaces de clasificar a otros seres humanos y clasificarnos nosotros mismos sobre la base de cualquier sistema de signos. Entre ellos el lenguaje. Y aun rasgos menos sólitos en nuestra lengua, como este señalado por R.A. Hudson:

La distinción más extraordinaria que ha sido mencionada es probablemente la de los indios nootka de la isla de Vancouver ([Edward] Sapir 1915 [“Abnormal types of speech in Nootka,” Canada Geological Survey Memoir, Ottawa: Government Printing Bureau]). Aparentemente, el nootka posee formas léxicas especiales para emplearlas al hablar a (o acerca de) personas con diversas clases de deformidad o anormalidad (La sociolingüística, Barcelona: Anagrama, 1981, p. 133).

En segundo lugar la relación con niveles diversos de conciencia lingüística. El hablante que ha pasado por el sistema educativo moderno ha tenido más oportunidad de reflexionar sobre los hechos lingüísticos mediante los instrumentales de la gramática. Ha aprendido cuáles son los principales errores imputados al hablante rústico por la gramática académica, la del poder. Por eso su lenguaje es en medida variable el producto de un metalenguaje. El hablante no educado en ese sistema moderno, en cambio, se encuentra solo con su intuición lingüística y generalmente aplica soluciones que no están medidas ni mediadas por una conciencia deliberada. De allí que sea más frecuente encontrar en él las tendencias naturales de la lengua —sea lo que sea que signifique eso de tendencia «natural», en todo caso un proceso no perturbado por la autoconciencia del lingüista ni de sus epígonos pedagógicos. Una de las principales actividades pedagógicas consiste, en todas partes, en imponer una versión de la lengua, cierto dialecto privilegiado que como tal no quiere llamarse dialecto, la llamada «lengua culta», aquella que se admite como koiné de un sistema administrativo legal bastante internacional, la lengua de la burocracia (L. Calvo Ramos (1980), Introducción al estudio del lenguaje administrativo, Madrid: Gredos). La literatura pudiera definirse como un dialecto de la lengua culta que goza de libertad bajo fianza y a veces ni eso, por lo cual no le importa refugiarse en los márgenes, es decir, doquiera que no haya gendarmería lingüística. Y si la encuentra la desafía. No carece de reglas, pues las deriva del sistema mismo, según su necesidad expresiva.

Desde siempre se estableció un principio relacionado con el llamado «buen sentido». Se privilegió así, por razones políticas, cierto dialecto, generalmente ligado a la corte o hablado por ella, es decir, vinculado con la élite gobernante. Por eso en Inglaterra se le llama “King’s English.” A este dialecto se atribuyen todas las virtudes de la racionalidad, la belleza, la perfección, la pureza, esa castidad de la lengua. De allí el casticismo. Al mismo tiempo las otras variantes son consideradas irracionales, feas, faltosas, contaminadas, cuando no pecaminosas. Según la visión de la élite gobernante, estas variantes (diatópicas o diastráticas) deben evitarse y hasta, según la necesidad, borrarse de la faz de la tierra, y en no pocos casos con todo y hablantes, si es preciso, para que brille la pureza burocrática... El habla del Otro es tan despreciable como el Otro lo sea.

Como el dialecto dominante es aquel en que suelen expresarse grandes abstracciones vinculadas con el ejercicio del Estado y de los conceptos filosóficos que le dan forma, se declara que el habla popular es incapaz de abstracción —como lo serían también las lenguas indígenas de América o del África, lo que de algún modo implica la sugestión irresponsablemente racista de que esas poblaciones carecen biológicamente de esa capacidad. Como si las reglas del parentesco no fuesen abstracciones refinadísimas, como si cualquier sistema de mitos no fuese un sistema de abstracciones metaforizadas. No discutamos más, pues aceptar la controversia es como aceptar la que pretende que blancos y negros tienen rasgos intelectuales diversos. Conceder la discusión es conceder un beneficio de la duda que no se merecen. Es, pues, una teorización tendenciosa y perversa, como toda teorización que desplaza estratégicamente una voluntad de poder hacia otro aspecto de la vida social, para disfrazarse de él. Así, hay mil modos de distinguir las clases sociales: por la estilo de vestir, por las maneras de mesa, por la familiaridad con la moda, por la lengua, sobre la cantidad de dientes (como en la polémica política venezolana desde 1998, en que las clases altas han hecho de eso un rasgo social distintivo entre ellas y los «bidentes» —que tienen dos dientes. Haz clic aquí para ver una bonita versión del fascismo). En el caso de la lengua se trata de legitimar una hegemonía política sobre una base lingüística.

¿Significa esto una igualación de los niveles diastráticos? Me parece que lo criticable del purismo ha sido precisamente pretender imponer el dialecto del poder al resto de la sociedad. El problema está en la violencia simbólica. De resto la llamada norma culta tiene la utilidad primordial de ser una koiné que permite la comunicación diatópica y hasta diastrática. Si intento comunicarme más allá de mis fronteras geográficas o sociales lo más aconsejable es usar un dialecto lo más general posible y precisamente la llamada norma culta cumple ese papel. Lo que llamamos ‘cultura’, fuera de los desarrollos de la antropología cultural, es la ‘cultura ilustrada’, la ‘cultura de los dominantes’, diferente de la ‘cultura dominante’ como veremos inmediatamente. La norma culta funciona en este caso como ‘cultura dominante’. Aníbal Quijano ha propuesto una distinción entre ‘cultura dominante’ y ‘cultura de los dominantes’ («Cultura y dominación (notas sobre el problema de la participación cultural)», en Alfredo Chacón (1975), Cultura y dependencia, Caracas: Monte Ávila, p. 85-113). La cultura de los dominantes corresponde a aquel repertorio detentado por los sectores dominantes con pretensiones de exclusividad. Se refiere a lo que Chacón ha llamado ‘campo cultural ilustrado’, esto es, la ciencia, el arte, la literatura, la tecnología, etc. En una misma formación social esta cultura dominante coexiste con otros estratos culturales, como los que el mismo Chacón señala, ‘campo cultural industrial-comercial’, ‘campo cultural indígena’, ‘campo cultural rural-campesino’, ‘campo cultural crítico-alternativo’, así como las estructuras populares urbanas inducidas y no inducidas, el folklore, etc.

La norma culta tiende a unificar las diversas normas diastráticas y hasta diafásicas en una sola experiencia comunicativa. Esta comunicabilidad horizontal y vertical sirve para acercar poblaciones que, como diría Bernard Shaw, están separadas por la misma lengua... Jehová castigó la soberbia de los constructores de la Torre de Babel confundiendo sus lenguas. Obviamente la especie humana no sigue las enseñanzas bíblicas, pues el esfuerzo de los imperios en materia de lenguaje no ha dado otro resultado que revertir los efectos de la maldición babélica. Si ese proceso contrababélico continúa, en poco más de un siglo, si no antes, tendremos un mundo donde solo se hablen unas cinco o seis lenguas imperiales o ex imperiales, entre las cuales seguramente estará el español, con el de América numéricamente a la cabeza. Digo, si no nos absorbe antes a todos el inglés. El tiempo lo dirá, quién sabe si en chino.

Notas
1. Pero claro está que, si un dialecto no se atribuye a ninguna «lengua» de orden superior, constituye él mismo una lengua histórica de por sí [nota de E. Coseriu].

2. «Normalmente, en una lengua histórica pueden comprobarse tres tipos fundamentales de diferenciación interna: a) diferencias en el espacio geográfico o diferencias diatópicas; b) diferencias entre los distintos estratos socioculturales de la comunidad idiomática, o diastráticas, y c) diferencias entre los tipos de modalidad expresiva, según las circunstancias constantes del hablar (hablante, oyente, situación u ocasión del hablar y asunto del que se habla), o diferencias diafásicas.

»A estos tres tipos de diferencias corresponden en sentido contrario (es decir, en el sentido de la convergencia y homogeneidad de las tradiciones idiomáticas) tres tipos de sistemas de isoglosas unitarios (o, por lo menos, más o menos unitarios), precisamente: unidades sintópicas, que pueden seguir llamándose dialectos, pues son, en efecto, un tipo particular de «dialectos»; unidades sinstráticas o niveles de lengua (por ejemplo, «lenguaje culto», «lenguaje de la clase media», «lenguaje popular», etcétera; y unidades sinfásicas o estilos de lengua (por ejemplo, lenguaje familiar, lenguaje solemne, etcétera)» (Eugenio Coseriu, Sentido y tareas de la dialectología, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1982, p. 19).

3. Con respecto a las formas verbales que acompañan al pronombre vos, el autor distingue cuatro tipos, según las siguientes desinencias: A: -áis, -éis, -ís; B: -áis, -ís, -ís; C: -ás, -és, -ís; D: -as, -es, -es.

PARTICULARIDADES DEL LENGUAJE RIOPLATENSE

El particularismo lingüístico rioplatense
Por Juan Ramón Lodares


El 24 de febrero de 1946, Juan Domingo Perón obtuvo un rotundo triunfo en las urnas. El 56 por ciento de los electores votó su candidatura presidencial. En los mítines, Perón no trataba a los adversarios políticos de tontos y desgraciados, que hubiera sido lo razonable, sino de pastenacas y chantapufis, o sea, lo mismo dicho en alguna de esas jergas porteñas tan comunes entonces.

Los opositores políticos eran unos contreras y quienes apoyaban al peronismo, los grasas. Fórmulas de indudable éxito que entonces te podían llevar a la Casa Rosada. Los peronistas veían en ellas la expresión popular, desgarrada y arrogante de un líder al estilo de los viejos caudillos criollos. A poco de ganar las elecciones, en la paredes de Buenos Aires aparecían pintadas como "Le ganamo a lo dotore". Los doctores eran, como puede suponerse, gente poco peronista y poco amiga de la grasa.

En sí misma, la oratoria peronista no era nueva. Seguía una tradición muy antigua y muy arraigada en el Plata, una especie de plebeyismo lingüístico que consistía en ganarse la voluntad de las masas procurando hablar como hablaban ellas. Había algo de artificio en el procedimiento, pero era útil. El peronismo debió su éxito propagandístico a estos particulares usos (en la parte que le corresponde). Igual que en la campaña presidencial de Eisenhower, en 1952, se ganaban las presidenciales con el lema "I like Ike", en la Argentina de los años cuarenta, un chantapufi o una tratativa (negociación) bien puestos le venían muy bien al político populista.

En esto, no habían cambiado mucho las costumbres argentinas típicas del siglo XIX. Sarmiento describe así el país: "Había, antes de 1810, en la República Argentina dos sociedades distintas, rivales e incompatibles, dos civilizaciones diversas: una, española, europea, culta, y la otra bárbara, americana, casi indígena; y la revolución de las ciudades sólo iba a servir de causa, de móvil, para que estas dos maneras distintas de ser de un pueblo se pusiesen en presencia una de otra, se acometiesen y, después de largos años de luchas, la una absorbiese a la otra". La primera sociedad solía integrar el partido unitario y la segunda, el federal. El unitario se distinguía por sus modales finos, su comportamiento ceremonioso, sus ademanes pomposamente cultos y su lenguaje altisonante y lleno de expresiones librescas. Para los unitarios, los federales eran unos gauchos o jiferos, o sea, unos bárbaros. Para los federales, los unitarios eran unos cajetillas, o sea, unos afeminados. El político federal Juan Manuel Rosas advirtió que podía atraerse las simpatías de la gente del pueblo, y ejercer su influencia sobre ella, precisamente hablando como un gaucho. Yasí lo hizo. El escritor Lucio V. Mansilla recuerda que aquellos años el lenguaje se pervirtió y circulaban "vocablos nuevos, ásperos, acres, no usados". Curiosamente, a pesar de su gusto confesado por las clases populares, el desprecio de los federales por los indígenas era absoluto.Los consideraban salvajes. No se tomaron el trabajo de asimilarlos y, por la vía militar, los fueron eliminando o provocaron su huida hacia otras zonas. De modo que el problema lingüístico que el indigenismo hubiera podido crear a la nueva república -buena parte del cual se lo habían planteado los misioneros españoles de antaño- desapareció por tan expeditivo y violento método.

El plebeyismo idiomático reapareció en los años presi denciales de Nicolás Avellaneda, en 1880, cuando se produjo la revolución de Carlos Tejedor. En .la llamada "resistencia" de Buenos Aires, el fervor localista fue tan grande que en los cuarteles, según Ernesto Quesada, testigo de los hechos, "convivió la juventud patricia con el compadraje y la chusma, tropa y oficialidad fraternizábamos y se establecía, como vínculo democrático común, el de un término medio equidistante en indumentaria y lenguaje". Según el propio Quesada, la circunstancia ayudó a que en el habla diaria se imitara el rasgo popular, haciéndolo deliberadamente caló y descuidado, pues había que demostrar que se era parte del pueblo y se exageraban los rasgos lingüísticos atribuidos a eso, al pueblo. Entonces se cantaban coplas como ésta:

El castellano me esgunfia,
no me cabe otro batir
que cantar la copla en lunfa
porque es mi forma é sentir.

Esgunfiar viene del italiano sgonfiare, "desinflar, desanimar", y la lunfa es el lunfardo, una jerga que apareció en los barrios bajos bonaerenses y cuyas expresiones son una mezcla complicada de italianismos, galicismos, anglicismos y lusismos, todo revuelto, y que se difundió por conventillos (casas de vecindad) , piringundines (verbenas) y ambientes del hampa. Las letras de los tangos se nutren de ella. En el barrio bonaerense de la Boca, como consecuencia del gran número de inmigrantes que entraron en Argentina desde 1857 -unos quince mil al año hasta 1946- se gestó otra jerga italohispana, el cocoliche. Ha tenido menos fama que el lunfardo, porque para este último, dado el anhelo que sentían algunos argentinos por diferenciarse lingüísticamente, no ha faltado quienes lo definían como "el genuino lenguaje porteño", consideración evidentemente exagerada.

De aquellos días data el desaire que Juan María Gutiérrez le hizo a la Real Academia. En 1879, los ilusos académicos creían que le hacían un honor nombrándolo miembro correspondiente de la docta casa. Gutiérrez destapó su argentinismo contestándoles que podían esperar sentados, porque no aceptaba tamaño honor. Es más, ¿qué podía ofrecer él, un bonaerense, a una academia española? Para Gutiérrez, el habla de Buenos Aires estaba en constante efervescencia gracias a la aportación de los dialectos italianos, del catalán, del gallego, del galés, del francés y del inglés --se conoce que allí no se hablaba nada llegado, por ejemplo, de La Mancha- y todas esas voces "cosmopolitizaban", con palabro de Gutiérrez, la tonada bonaerense. Era inútil pretender fijar tales corrientes según moldes académicos; por lo menos él no se sentía con ánimos. Su amigo Juan Bautista Alberdi daba entonces la siguiente recomendación: igual que Dante (observen: otro italiano) en su día llevó la lengua hablada en Florencia a los inmortales versos de la Divina comedia, los escritores porteños debían reflejar en su prosa el castellano modificado que se hablaba en Buenos Aires, en vez de tener la vista puesta en los diccionarios que venían de Madrid. Otros autores, como Rafael Obligado o Alberto del Solar, no pensaban así y defendían el valor de una lengua común, sin casticismos que la interrumpieran.

El caso es que polémicas de este tenor se han prolongado hasta mediados del siglo xx. El día que a don Américo Castro se le ocurrió escribir un libro poniendo el grito en el cielo sobre lo particulares y descuidados que eran los argentinos al hablar, y previendo que de seguir así se iban a apartar de la corriente hispánica general -estábamos en 1941-Jorge Luis Borges le contestó, en un artículo titulado "Las alarmas del doctor Américo Castro", lo siguiente: "En cada una de sus páginas abunda en supersticiones convencionales [...]. A la errónea y mínima erudición, el doctor Castro añade el infatigable ejercicio de la zalamería, de la prosa rimada y del terrorismo". Pero Castro no estaba entonces tan descaminado: que se sepa, la única voz que en las altas instancias idiomáticas ha defendido alguna vez el "derecho a la incorrección" predicaba, no por casualidad, desde la Academia Argentina en 1943. Las altas instancias porteñas no dejaban de ser sorprendentes: un locutor de radio, cuyo mérito dicen que era la verborrea, llegó a alto cargo del Ministerio de Educación. Una vez allí, seguía hablando como si estuviera delante de los micrófonos con finezas como utensillo (en vez de utensilio), áccido (en vez de ácido), dejenmelón (en vez de déjenmelo), sientensén (en vez de siéntense) y cumpleaño, rompecabeza, " es usted un héroe, señorita", etc., etc.; visto lo visto, el académico Luis Alfonso habló sobre la conveniencia de estudiar el idioma para quienes tenían responsabilidades en cargos públicos, a lo que el aludido contestó: "No es urgente hacerlo. Total, el idioma no va a desaparecer por dejar de estudiarlo".

El desgarro idiomático argentino, junto a la manía de una lengua nacional apartada de la norma común española, cedieron, y con ello, el último frente de unas guerras idiomáticas que se habían iniciado en los albores de la independencia americana. Hecho el balance, resulta que Argentina no sólo ha dado extraordinarios escritores antiguos y modernos, -incluso en pleno fervor separatista dio figuras como Domingo Faustino Sarmiento o Estanislao del Campo- sino que desde mediados del siglo xx se iba a convertir en un foco editorial importante cuyas publicaciones se han distribuido por todo el mundo hispánico. Se ha explicado la razón del particular desapego al idioma apelando al genio de los argentinos, a cierta soberbia heredada de los españoles, a una afirmación de su plenitud vital; se han querido ver razones humanas en la notable inmigración que recibió la zona, procedente de los más diversos países europeos, y que propició la mezcla de lenguas muy distintas; se han querido ver razones históricas en el hecho de que el Virreinato del Plata fuera el último constituido y, por tanto, el de menor apego a España. Habrá un poco de todo. Lo cierto es que, todavía en los años cuarenta, el nacionalismo argentino seguía blandiendo la bandera de la lengua, con cierto éxito en algunos sectores de la opinión pública y en instituciones como la escuela, donde los niños debatían si Argentina tenía, o debería tener, lengua propia y cómo denominarla. Era el último resto ideológico de unas guerras idiomáticas iniciadas en los años de Bolívar y San Martín. Amado Alonso le dedicó un trabajo clásico al caso.



Juan Ramón Lodares, prematuramente fallecido, fue profesor de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de varios libros, de uno de los cuales, "Gente de Cervantes. Historia humana del idioma espanol", hemos extraído esta nota. En esa obra, publicada por la Editorial Taurus, Lodares explica cómo la lengua romance surgida hace mil años en el norte de la Península Ibérica llega al siglo XXI convertida en uno de los grandes idiomas internacionales.

EL ESPAÑOL DE AMÉRICA

Historia del español de América
Por Sergio Zamora

Cuando Colón llegó a América en 1492, el idioma español ya se encontraba consolidado en la Península, puesto que durante los siglosXIV y XV se produjeron hechos históricos e idiomáticos que contribuyeron a que el dialecto castellano fraguara de manera más sólida y rápida que los otros dialectos románicos que se hablaban en España, como el aragonés o el leonés, además de la normalización ortográfica y de la aparición de la Gramática de Nebrija; pero en este nuevo mundo se inició otro proceso, el del afianzamiento de esta lengua, llamado hispanización.

La América prehispánica se presentaba como un conglomerado de pueblos y lenguas diferentes que se articuló políticamente como parte del imperio español y bajo el alero de una lengua común.

La diversidad idiomática americana era tal, que algunos autores estiman que este continente es el más fragmentado lingüísticamente, con alrededor de 123 familias de lenguas, muchas de las cuales poseen, a su vez, decenas o incluso cientos de lenguas y dialectos. Sin embargo, algunas de las lenguas indígenas importantes -por su número de hablantes o por su aporte al español- son el náhuatl, el taíno, el maya, el quechua, el aimara, el guaraní y el mapuche, por citar algunas.

El español llegó al continente americano a través de los sucesivos viajes de Colón y, luego, con las oleadas de colonizadores que buscaban en América nuevas oportunidades. En su intento por comunicarse con los indígenas, recurrieron al uso de gestos y luego a intérpretes europeos o a indígenas cautivos para tal efecto, que permitiesen la intercomprensión de culturas tan disímiles entre sí.

Además, en varios casos, los conquistadores y misioneros fomentaron el uso de las llamadas lenguas generales, es decir, lenguas que, por su alto número de hablantes y por su aceptación como forma común de comunicación, eran utilizadas por diferentes pueblos, por ejemplo, para el comercio, como sucedió con el náhuatl en México o el quechua en Perú.

La influencia de la Iglesia fue muy importante en este proceso, puesto que realizó, especialmente a través de los franciscanos y jesuitas, una intensa labor de evangelización y educación de niños y jóvenes de distintos pueblos mediante la construcción de escuelas y de iglesias en todo el continente.

Sin embargo, aquellos primeros esfuerzos resultaron insuficientes, y la hispanización de América comenzó a desarrollarse sólo a través de la convivencia entre españoles e indios, la catequesis y -sobre todo- el mestizaje.

Pero no sólo la población indígena era heterogénea, sino que también lo era la hispana que llegó a colonizar el territorio americano, pues provenía de las distintas regiones de España, aunque especialmente de Andalucía.

Esta mayor proporción de andaluces, que se asentó sobre todo en la zona caribeña y antillana en los primeros años de la conquista, habría otorgado características especiales al español americano: el llamado andalucismo de América, que se manifiesta, especialmente en el aspecto fonético. Este periodo, que los autores sitúan entre 1492 y 1519, ha sido llamado -justamente- periodo antillano, y es en él donde se habrían enraizado las características que luego serían atribuidas a todo español americano.

En el plano fónico, por ejemplo, pérdida de la d entre vocales (aburrío por aburrido) y final de palabra (usté por usted, y virtú por virtud), confusión entre l y r (mardito por maldito) o aspiración de la s final de sílaba (pahtoh por pastos) o la pronunciación de x, y, g, j, antiguas como h, especialmente en las Antillas, América Central, Colombia, Venezuela, Panamá o Nuevo México, hasta Ecuador y la costa norte de Perú.

Por otra parte, los grupos de inmigrantes de toda España se reunían en Sevilla para su travesía y, de camino hacia el nuevo continente, aún quedaba el paso por las islas Canarias, lo que hace suponer que las personas comenzaron a utilizar ciertos rasgos lingüísticos que, hasta hoy, son compartidos por estas regiones, lo cual se ha dado en llamar español atlántico, cuya capital lingüística sería Sevilla -opuesto al español castizo o castellano- con capital lingüística en Madrid, y que englobaría el andaluz occidental, el canario y el español americano, aunque otros investigadores sostienen que sólo abarcaría, en América, las zonas costeras.