viernes, 7 de octubre de 2011

ARTÍCULO Nº 43 DE EL TRIBUNO

¡ESTA PALABRA “SUENA” DIVINA!

Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
Universidad Nacional de Salta
El sistema de la lengua española
En el artículo de la semana anterior sobre el hablar espontáneo de la gente, expliqué que la llamada “gramática del hablar” es aquella que posee todo hablante en su cerebro, además de las normas académicas escritas, mediante la cual sabe no solo expresarse con palabras, sino además con gestos y entonación adecuados a la situación de habla que encara. Ella nos guía para que logremos una comunicación exitosa en todo momento con cualquier interlocutor.
En ese artículo me referí, también, a lo que se denomina el “sistema de la lengua” el cual, según lo manifesté, es perfectamente conocido y utilizado por el hablante. Este sabe muy bien dentro de qué parámetros podrá inventar una palabra o una nueva expresión idiomática, cuando necesite hacerlo.
Desde los primeros años de aprendizaje de la lengua materna, el niño demuestra dominio de la “regularidad”, relacionada con la conjugación verbal, la concordancia entre singular y plural, y otras situaciones semejantes, propias del instrumento de comunicación. Lo comprobamos cuando, en lugar de optar por formas conjugadas irregulares vigentes, elige “sabo” en lugar de “sé” o bien, “decí” en vez de “dije”. Probablemente esto suceda gracias a la “memoria genética heredada” que se fue gestando a lo largo de siglos y milenios. A medida que pasa el tiempo y va practicando su lengua con los demás –incluso antes de ingresar a la escuela–, el chico aprende aquellas formas que no siguen la regularidad, sino que se han apartado de ella: dirá, entonces, “sé” y “dije” y cobrará conciencia de lo que está bien y de lo que está mal en su hablar.
Tanto la “regularidad” como el “sistema” lo acompañarán a lo largo de su vida de relación comunicativa y le proporcionarán los elementos necesarios para un buen desempeño lingüístico.
Pasando ahora al acto creativo del lenguaje, cuando un hablante popular eligió “fulbo” y “fulbito”, por ejemplo, se alejó del sistema de la lengua inglesa que coloca una “t” antes de la “b”: la suprimió y, en su lugar, la suplió por la “l” que figura al final de la palabra “fútbol”, castellanizada de esta manera en el nivel culto. No se le hubiera ocurrido optar por “fulbot” (ubicando, al final, la “t” perdida) dado que esta consonante no es una finalización propia del castellano. Por eso comprobamos que todas las terminaciones de los verbos de tercera persona del latín, que culminan en esa consonante, la perdieron en el curso de la historia: “amat”, se castellanizó como “ama”; “tement”, como “temen”. Es verdad que existen voces de uso culto que finalizan en “t” en nuestro idioma; pero en el hablar esta se escucha levemente en dicho nivel cultural. Sin embargo, en el hablar espontáneo desaparece (tarot = taró; complot =compló). El “Diccionario panhispánico de dudas” (2005, página 156) dice respecto a “complot”: “Aunque a veces se usa la adaptación ´compló´ (pl. ´complós´), se considera preferible mantener la -t final etimológica, de acuerdo con la pronunciación mayoritaria”. Esto prueba que la emisión popular y espontánea generalmente elimina la consonante final porque no es propia de la lengua española. De este modo, el “sistema”, vigente en cada uno de los usuarios del idioma, les “ordena” evitar vocablos que no se adecuan a dicho sistema.
Pronunciación y escritura
Provenientes sobre todo del inglés –pero, asimismo, de otros idiomas–, hay muchos términos que, a pesar de ser pronunciados como lo exige la “gramática del hablar” del castellano, han sido introducidos a la lengua escrita con letras que no son fieles a su pronunciación real. Muchos de estos son nombres de personas (antropónimos), mas también existe una cantidad indeterminada de ellos que constituyen nombres de comercios, quioscos y negocios. Algunos ejemplos: “Previserv”, nombre de una prestadora de salud que, en el hablar espontáneo, se pronuncia como /previsér/; “Cable express”, como /cablexprés/; “Rapidmoto”, cuya “d” no es tomada en cuenta al hablar, ya que desaparece (rapimoto); “Karina”, cuya escritura más adecuada sería con “C”; “Joanna / Johanna”, cuya transcripción no concuerda con su articulación real; en los nombres femeninos “Gisella” (la “g” no es la propia del español, sino que suena /Yisela/), “Antonella” (/Antonela/), “Anabella”, la pronunciación de la “ll” no es igual a la de “gallina”, sino que se sonoriza como “l”. De igual modo que estos ejemplos, hay muchos otros en relación con situaciones similares que presentan una escritura distinta de su pronunciación en la lengua hablada cotidiana.
¿A qué se debe este fenómeno que efectúan usuarios de la lengua? No es que desconozcan, según se destacó antes, sus reglas. Lo que pasa es que, por razones de “prestigio” –porque suena “bonito” en el nuestro lo que proviene de otro idioma, por lo que el que crea esa palabra, aunque también los que lo imitan, la eligen así–, se impone un uso que no corresponde al sistema del español.
¿Está mal este procedimiento? ¿Debe evitarse y encarrilarse dentro de lo establecido en las normas lingüísticas? Esto, seguramente, sería lo ideal. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el hablar espontáneo es tal y, por lo tanto, no está totalmente bajo el imperio de las normas lingüísticas académicas. En realidad, debe cumplir con las propias del “sistema”: no debe apartarse (repito que el hablante lo “sabe” claramente y lo respeta) de los parámetros que tiene grabados en su cerebro. El “castigo” para tal eventual acción –técnicamente imposible de realizarse, ya que nadie se arriesgaría a ello– sería, por parte de todos sus interlocutores, la no aceptación de nuevas palabras o dicciones que no pasaran por el tamiz del sistema.

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