jueves, 12 de mayo de 2011

ARTÍCULO Nº 17 DEL TRIBUNO

EL ESPAÑOL Y LOS JAPONESES
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
Universidad Nacional de Salta (fernanfj3@yahoo.es)


Antes de leer ayer el interesante artículo de mi amigo Carlos Vernazza, “Japón, país de controversias”, me crucé con el Chato Correa quien, con muy buen tino, me sugirió que recordara a mis amigos japoneses publicando, en esta columna, algo relacionado con el español, en calidad de recuerdo, ante la tragedia que acaban de sufrir, y el extraordinario crecimiento e interés por estudiar nuestra lengua en ese país. Aquí va, entonces, mi sincero y sentido homenaje a ese Japón ancestral, que me acogió durante casi un año con tanto cariño y generosidad, y a todos los amigos que cultivé, durante esa estancia, pero también desde hace casi dos décadas. Asimismo, a las víctimas del desastre y a los esforzados rescatistas y trabajadores que se brindan con tesón para volver todo a la normalidad.
Las virtudes de Japón
Carlos se encargó de destacar con maestría las virtudes japonesas, sobre todo las que tienen que ver con la austeridad, la vida interior espiritual, la comunicación con pocas palabras y el estoicismo que los hace reaccionar, de un modo positivo, frente a tantas desgracias que tuvieron que sufrir en su larga historia, y recuperarse, como el ave fénix, en poco tiempo. Y esto de “en poco tiempo” dista de ser una exageración. En efecto, lo demostraron cabalmente, a fines del siglo XIX cuando se produjo la reapertura de Japón al mundo –luego de más de dos siglos de haber cerrado sus fronteras–, ya que lograron en pocos decenios lo que a Occidente le había demandado varios siglos. Esto se repitió luego de la tremenda tragedia de la Segunda Guerra Mundial, que dejó totalmente destruidas sus ciudades, con la excepción de Kioto, cuando los japoneses, unidos mancomunadamente y dando prioridad al país aun antes que a la propia familia, lograron no solo reconstruir sus ciudades y poblarlas de autopistas y veloces trenes, sino también ubicarse, en menos de veinte años, en el tercer lugar en el concierto de las más poderosas naciones del mundo.
No concluyó ese entusiasmo al lograr este objetivo: la tercera y cuarta generaciones, posteriores a las dos únicas bombas atómicas que dejaron más de doscientos mil muertos en pocas horas, siguen con afán de sacrificio por su patria, dejando de lado cualquier espuria idea de corrupción y luchando, codo a codo, por la posteridad. Esto, a pesar de que la última generación de jóvenes que acreditan entre 18 y 30 años, no tienen el mismo pensamiento que sus padres, porque pretenden gozar de los beneficios obtenidos por el sacrificio permanente de sus mayores durante tantos años. Esta generación es la que decididamente se ha conectado y comprometido con el resto del mundo, occidentalizándose sin límites y viajando en todo momento para llevar a casa nuevas ideas que serán allí repotenciadas con el típico estilo japonés de toda la vida: traer lo ajeno y convertirlo en propio, otorgándole su sello e identidad.
El español en Japón
En tal contexto –en el país en el que se estudia la mayor cantidad de idiomas en el mundo–, al cobrar conciencia de la importancia de la lengua de Cervantes, que ha cautivado a más de cuatrocientas cincuenta millones de personas para que la hablen, en unas cuantas décadas han revertido las estadísticas sobre estudio de idiomas en su país. El inglés –como lengua dominante, la de aquellos que por primera vez en la historia de esas islas fueron capaces de vencerlos e imponérsela– es estudiado por todos los adolescentes y jóvenes de la escuela secundaria, en forma obligatoria. Luego, por lo menos desde el siglo XVI, se estudiaron el francés, alemán, holandés, además de los idiomas orientales (chino, coreano y otros), cuyo estudio (en especial el de los primeros) se destacó hasta después de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, a partir de los años 70 y 80, comenzó un crecimiento sin precedentes respecto del estudio del español, gracias a productos culturales que llegaban desde España (como el cante jondo y el flamenco), aumentando después con los que arribaban de América: el folclore, el tango y, últimamente ritmos como la salsa. Todo ello se ha convertido en un aliciente continuo, complementado con las amistades que muchos japoneses forjaron con los latinoamericanos de diferentes latitudes que eligieron el país del sol naciente como su destino laboral.
Ante todas estas situaciones, sumadas últimamente a la pasión por el fútbol –del que son cultores prácticos, ya que los hemos visto destacarse en los últimos campeonatos mundiales de la disciplina–, la fiebre por el estudio del español creció a pasos agigantados. Diez años atrás tuve la suerte de realizar allí una investigación relacionada con las metodologías para la enseñanza de este idioma en sus universidades y en varias oportunidades pude comprobar cómo la tradicional timidez japonesa había desaparecido en muchos jóvenes estudiantes: algunos de ellos, recién iniciados en el estudio del español en primer año, se reunían conmigo, ávidos de conversar, aunque fuera mediante balbuceos, con un hablante nativo de nuestra lengua. Las generaciones anteriores, aun dominando algún idioma extranjero, no se atrevían a hablarlo con nativos de esa lengua por miedo a cometer errores. Hoy la pasión por el español los impulsa incluso a arriesgarse, cometiendo errores, para entablar una comunicación con nativos.
Es interesante saber que, de todos los estudiantes de un determinado idioma en Japón (el español incluido), el 100 por ciento en algún momento de sus estudios viaja a algún lugar donde se lo habla para practicarlo. Muchos de ellos se presentan como voluntarios en instituciones benéficas para ayudar a víctimas de catástrofes o enfermedades en América Latina con el objeto, amén de la solidaridad, de practicar “in situ” el español.
Vaya, pues, este recuerdo y homenaje a esa gente tan solidaria y sacrificada que nos honra con su preferencia por nuestra lengua y, además, cultiva nuestra cultura en la danza, el arte y otras manifestaciones espirituales, con las que ven satisfechas sus aspiraciones.

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