viernes, 27 de mayo de 2011

LA CREACIÓN POPULAR, RICO MANIFIESTO DEL INGENIO
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)

Un tiempo atrás, dediqué mi artículo al análisis de las llamadas “malas palabras”. Si bien el tema que propongo hoy no tiene directamente que ver con ellas, al referirme a creaciones populares no es posible soslayar la picardía, el chiste y, consecuentemente, la metáfora que, por lo general, luego se instalará en otros niveles sociales, muchas veces de manos de la literatura. Y como abordaré la creatividad popular de nuestra región, nada mejor que invocar la ayuda de un maestro en el género, como fue don José Vicente Solá, autor del “Diccionario de regionalismos de Salta”. Vayamos, pues, a dar un paseo por palabras que quizá conozcamos, guardadas en un rincón de la memoria (sobre todo nosotros, los mayorcitos) o bien que, tal vez, nunca las hayamos escuchado.
Vocablos de nuestra región
“Galguear” –que, como bien aclara Solá, se pronuncia “galguiar”– significa “hambrear”. El “Diccionario del habla de los argentinos”, por su parte, la define como “sentir deseo vehemente por una cosa”, lo que explica el significado con que se la usa aquí, refrendado por la segunda acepción: “hallarse en una situación económica difícil”. No sería extraño que procediera de “galgo” (raza de perros muy corredores) porque de esta manera mostraría la urgencia de satisfacer el deseo vehemente o el hambre, corriendo hacia el objetivo como un perro de esta raza. Además, hurgando en la etimología de la palabra galgo, proviene –según Corominas– de la expresión latina “canis gallicus”, que significa “perro galo o francés”, dado que su cría se desarrolló grandemente en Galia, en tiempo de los romanos.
Creo que aun los jóvenes, al menos a veces, usan el término “churo, a” que, según Solá, denota “lindo”, “muy bueno”. Se encargó de popularizarlo el insigne poeta y periodista salteño don César Perdiguero en el saludo que prodigaba a sus lectores al final de su Columna noctámbula: ¿Churo, no? Los diccionarios no aventuran una etimología u origen para esta palabra. Se la considera muy norteña y no debe confundírsela con “churro/ a”, a la que el Diccionario de argentinismos define como “persona de apariencia física muy atractiva”. Veamos un par de ejemplos para ampliar esta perspectiva.
“Suegrear (suegriar)”, por supuesto derivado del vocablo “suegra”, actualmente desusado, se refería, según Solá, a “acompañar a los novios a alguna parte, facilitando así sus entrevistas, misión reservada a señoras o señoritas de cierta edad”. Hoy los jóvenes novios no necesitan ya de estos servicios. Son muy independientes.
“Ututo / ututear”. Según el autor citado en primer lugar, es una “salamandrilla de un color grisáceo” que, por lo general, vive en el hueco de los árboles. Seguramente, como es este animalito muy movedizo e inquieto, la segunda acepción se refiere a alguien “movedizo e inquieto”, apuntando especialmente a los niños.
Nuestra herencia del quechua y aimara
Luego de los ejemplos que preceden, es importante dejar constancia de un vocabulario procedente del quechua o del aimara, idiomas que han predominado en nuestra región, antes de la llegada de los españoles. La influencia de estas lenguas ha sido destacada en la región, a tal punto que utilizamos muchos quechuismos en nuestra vida cotidiana, en sus más diversos ámbitos: chango, locro, ají quitucho (del quechua ´quita´, sufijo diminutivo, y ´uchhu´, ají común), locoto y muchas más constituyen un testimonio de tal influencia.
A continuación, algunas palabras que no son tan conocidas como las anteriores.
“Moto”, que proviene del quechua ´mot´u´, es la persona que tiene la mano o dedo cortado. Se suele aplicar, como apodo, a quien ha sufrido una mutilación: el moto Méndez, por ejemplo.
“Quiscudo / quisca” (del quechua, ´khisqa´, espina); como adjetivo, se aplica a la persona que tiene cabello duro, es decir, que tiene “quiscas”. También significa que tiene el cabello largo o que va despeinado. La voz se usa en distintos lugares del noroeste argentino, pero también en la zona chilena influenciada por el quechua.
“Tinquear / tincazo”. Procede del aimara ´ttinca´, salto o saltada, o del quechua ´ttinkay´, golpear. El DRAE dice: “Tincar. Golpear con la uña del dedo medio haciéndolo resbalar con violencia sobre la yema del pulgar”. Aquí lo usamos (o usábamos) como “tinquear”, con el sentido, en el juego de bolillas, de “el acto de tomar una bolilla entre el dedo índice o el mayor y la uña del pulgar, y arrojarla con impulso”. Desconozco si, en el juego actual de las bolillas, bastante extendido no solo en Salta sino en todo el país, se utiliza esta palabra.
“Sucho”, también proveniente del quechua ´suchi´, barro o granito de la cara, con la misma acepción que posee en el idioma original.
Estas son solamente unas muestras de las voces que, al menos entre personas mayores, se han conservado y aún se utilizan, aunque más no sea esporádicamente. En las narraciones literarias y folclóricas se las puede apreciar a menudo, como también en muchas de las canciones folclóricas de nuestro repertorio.
Es bueno divulgarlas para que nuestros hijos y nietos las rescaten y conserven en su memoria, de modo que no sean únicamente los diccionarios los testigos silenciosos de una época que, gracias a la tecnología y la globalización, como también a la urbanización y migración urbana, que abandona el campo, ha engalanado el uso de nuestros padres y abuelos.

26° artículo para El Tribuno 26may11.docx

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