viernes, 27 de mayo de 2011

LATÍN VULGAR: LA HERENCIA DE LOS ROMANOS
Por Paco Fernández
Director del Servicio de Información e Investigación sobre la Lengua (SIL)
Universidad Nacional de Salta

Pocos hispanohablantes desconocen el origen latino de nuestra lengua; sin embargo, no muchos saben que la verdadera paternidad provino del llamado latín vulgar y no del culto, utilizado en su eximia literatura y, en los estrados senatoriales, por Cicerón y otros grandes cultores.
El motivo de esta nota se centra en escarbar los intrincados caminos de la historia del español o castellano para detenernos en algunas curiosidades que testimonian sobre las dos vías que le proporcionaron palabras y dicciones, la mayoría de las cuales son utilizadas constantemente en la actualidad.
Palabras cultas y voces populares
Mientras el latín culto era patrimonio de las clases nobles, de los pudientes y de los literatos, el pueblo –entre los que se contaban soldados, suboficiales, técnicos de todo tipo y, en general, la gente no letrada– hablaba también latín, pero con una versión que no tenía un control por parte del Estado, tal como en la actualidad existe el hablar popular espontáneo, diferente del propio de la gente culta. Esa versión era, tal cual lo fue siempre y lo será, el campo abonado para los cambios lingüísticos propios de una lengua dinámica, viva y evolutiva.
De esa vía popular ha nacido la mayor parte de lo que llamamos el “léxico patrimonial”, o sea aquellas palabras que se usan cotidianamente en nuestro idioma. Algunas de ellas, de todos modos, también han arribado desde la vía culta. Hay otro grupo de términos que provienen de una mezcla de ambas vías, a los que se define como “semicultos”. Vayamos a los ejemplos para una mejor comprensión. El vocablo latino culto “régula” (cuyo significado es la palabra actual “regla”) ha generado, en el castellano, varios otros cultos como “regulación”, “regular”, “regulable”, en los cuales se aprecia la permanencia completa de “régula”. Por ello podemos afirmar que no se ha producido cambio alguno en ella hasta arribar a nuestra lengua. Pero también ha dado origen, con un mínimo cambio (la pérdida de la “u” de la segunda sílaba), a la locución “regla” (voz semiculta). Por fin, por la vía popular, ha generado, con un cambio considerable en el cual casi no se distingue su origen, “reja”, un elemento material que guarda un contenido semántico similar a “regla”, ya que aquella está hecha para no permitir el paso. La diferencia entre las contribuciones por la vía culta y semiculta, en relación con la popular, estriba en que esta última generalmente se refiere no a conceptos abstractos o espirituales, sino a cosas concretas y tangibles de la vida: la reja, por ejemplo.
Otra muestra de esta situación la proporciona “fabulare”, derivación popular de la voz culta “fábula”, que en latín culto significa “habla, conversación, cuento, novela, tradición mitológica”. Por la vía culta ha permanecido “fábula”, con el sentido de “breve relato ficticio en prosa o verso, con intención didáctica”, pero también otras, como “fabular”, “fabulador”. Como ejemplo de semicultismo está “fabla”, únicamente con la pérdida de la “u” interior, que el Diccionario define como “imitación convencional del español antiguo hecha en algunas composiciones literarias” y, en una segunda acepción, como “habla”. Por fin, la versión popular ha dado “habla”, definida como la “acción de hablar”. Esta no solo ha perdido la “u”, sino que también ha convertido la “f” en la “h” muda, luego de un largo proceso, perdiendo, asimismo, la “e” final del verbo “fabulare”.
Muchos ejemplos podríamos analizar sobre estos fenómenos con palabras muy conocidas y usadas todos los días por los hablantes: “vétulus” (viejo, voz popular muy evolucionada), con su versión culta “vetusto”; “íntegrum” – íntegro – entero; “ténebrae” – tenebroso – tiniebla; “fílius” – filial, filiatorio – hijo; “matéria” – material, materia – madera; “láicus” – laico – lego…
La lengua: dinámica y cambiante
Con la sola mención de estos ejemplos, que podrían multiplicarse “ad infinitum”, es posible cobrar conciencia sobre cómo evoluciona la lengua en general, no solo nuestro idioma. ¿A qué se debe tal fenómeno? ¿Es algo negativo o guarda un importante tesoro en ese proceso? Es que ella se debe acomodar a la realidad, que también es cambiante, y al ser humano, su inventor y usuario, que posee esa cualidad. Basta ver cuánto ha transformado él la realidad, a lo largo de los siglos, con el objeto de mejorar su vida y la de los semejantes, hasta llegar a la actualidad con la tecnología desarrollada a límites antes impensables. Es evidente que muchos de los inventos, como las sofisticadas armas que destruyen diariamente a tantos semejantes a lo largo y ancho del planeta, no logran nada más que perjudicar al medio ambiente y al mismo ser humano; pero asimismo, con los avances de la ciencia, se ha podido llegar a prolongar y mejorar, en muchos casos, la vida del hombre y a proporcionarle mayores comodidades y bienes.
Pues bien; la lengua, el instrumento de comunicación por antonomasia, sigue el derrotero de todos estos cambios, con el propio, porque su deber es adaptarse permanentemente a esa realidad para poder comunicarla adecuadamente. Y así como los cambios, a lo largo del último siglo y medio, han transcurrido con una velocidad increíble, también la lengua va, necesariamente, adoptando términos y dicciones del inglés (idioma en cuyas sociedades se ha producido la mayor parte de los avances) como nunca antes había sucedido con otro idioma. Por ello los académicos han ido flexibilizando su intransigencia, ante esta realidad, para permitir una adecuación del idioma a esas conquistas científicas. Solo habrá que demostrar, en este proceso, una prudencia muy ajustada para no permitir un distanciamiento de la realidad, por una parte; pero también para cuidar la personalidad y pureza de nuestra lengua, por otra, controlando ese avasallamiento idiomático.

23er. artículo para El Tribuno LATÍN VULGAR LA HERENCIA DE LOS ROMANOS 13may11.docx

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